Sinaloa no está bien, es necesario cambiarla
- migueldealba5
- hace 55 minutos
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Por Omar Garfias
@Omargarfias
El año previo a la narcopandemia, de septiembre de 2023 a agosto de 2024, las casetas de Culiacán registraron un aforo de 3 millones 238 mil 121 vehículos. En el primer año de la narcopandemia, de septiembre de 2024 a agosto de 2025, el aforo fue de sólo 2 millones 182 mil 794.
Por la inseguridad se perdió la tercera parte de los intercambios que solía tener. Dicho de otra forma, se cancelaron más de un millón de viajes en vehículos que traían o llevaban compradores, vendedores, mercancía, suministros, materia prima, turistas, amigos, familiares, estudiantes, negocios, proyectos, saludos, conocimientos, esperanzas, apoyos, propuestas… en fin, que traían vida.
Dos mil asesinados y cuatro mil desaparecidos son las víctimas mayores.
A quienes sobreviven, la vida se les hizo más chica.
Sinaloa, en especial Culiacán, pierde capacidad de ser sede de trabajo, convivencia, cooperación, cultura y desarrollo; pierde viabilidad, se empequeñece, se seca.
Pierde futuro.
En ese año, 40 mil jóvenes se incorporaron a la fuerza laboral. Cerca de 30 mil por terminar sus estudios. La economía sinaloense no creó los empleos formales correspondientes. Todavía peor: perdió 6 mil 700.
Es información oficial. La fuente es el propio gobierno. Caminos y Puentes Federales (Capufe); el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI).
Sinaloa está resguardada y temerosa.
Para cuidar su vida, 44 por ciento de los sinaloenses dejó de visitar parientes o amigos; 43 por ciento dejó de ir al cine; 42 ya no toma taxis; 42 por ciento ya no sale a caminar; 41 dejó de viajar por carretera a otro estado o municipio; 39 por ciento dejó de salir a comer o cenar; 33 ya no va al estadio; 31 por ciento dejó de frecuentar los centros comerciales; 28 dejó de usar transporte público y 20 por ciento ha dejado la escuela.
Nunca antes se había registrado un porcentaje tan alto de estos comportamientos. Son los peores de su historia.
No es lugar para hacer vida cotidiana normal.
El 80 por ciento de la gente considera inseguro vivir en Sinaloa; 90 por ciento, en Culiacán.
Es un lugar donde cada vez es más difícil generar riqueza.
Sinaloa tiene 44 años de producir menos que el promedio del país.
El producto interno bruto per cápita ha estado por debajo del promedio nacional desde 1980. En el más reciente reporte del INEGI, para el año 2023, la producción de bienes y servicios por habitante fue de 223 mil pesos y el del conjunto de México fue de 245 mil.
Las formas de descomposición de los estados son muchas. Una es la desintegración. Es posible que el deterioro del funcionamiento como entidad lleve a las zonas del Évora, Guasave y Los Mochis a relacionarse entre ellos y con el sur de Sonora para sustituir los vínculos con Culiacán en temas económicos, políticos y sociales.
A la vez, que Mazatlán y Concordia hagan lo mismo hacia Durango, en sustitución de la capital de Sinaloa. Que en Cosalá, San Ignacio y Badiraguato se acentúe su condición actual y queden aislados, confirmados como territorio del crimen organizado sin ningún otro rol más que ser pura sede delincuencial.
Al interior de las ciudades también pudiera formarse una división entre colonias y personas.
La falta de integración impediría forjar un proyecto único de recuperación y cada quien buscaría su propia salvación. No se podría conformar una fuerza estatal para reactivar la economía, la seguridad y la convivencia. Solo habría esfuerzos personales para pagar seguridad privada, sobrellevar las empresas y desconfiar de los demás.
Los primeros afectados son los municipios y las colonias con menos recursos para costear su seguridad. Pero, al poco tiempo, la delincuencia se expandiría a los municipios más grandes y a las colonias más solventes hasta generar más total y absoluto territorio narco.
La otra forma de descomposición es la migración. Irse de Sinaloa o de Culiacán. La hemorragia que ya inició.
Se mueren las ciudades, los municipios y los estados cuando se dividen en lugar de aumentar su colaboración para resolver los problemas comunes y cuando pierden población en lugar de sumar integrantes.
No quiero terminar con palabras de aliento, emotivas, sino con el análisis de una circunstancia que abre una ventana para detener el despeñadero en el que vamos.
Sinaloa puede dejar de ser un centro neurálgico del crimen organizado.
Sinaloa no tiene las mejores condiciones logísticas para el tráfico de drogas químicas. Las tuvo antes para la producción de mariguana y para el tráfico de cocaína, que necesitaban más secrecía. Es más práctico producir fentanilo y otras substancias de diseño en puntos más cercanos a los mercados de consumo.
El valor indiscutible e inigualable de Sinaloa es su valor simbólico. Quien domine Sinaloa adquiere el prestigio de ser el más poderoso. Eso es muy importante en el mundo criminal.
En otros tiempos, tanto la racionalidad logística económica como el capital simbólico indicaban que en Sinaloa debía estar el centro neurálgico del crimen organizado. Ahora no.
Hay espacio para una política anticrimen que aumente los costos logísticos a los grupos y desincentive la valoración simbólica de la plaza. La solución está en el terreno de la política pública.
Ahora vienen las preguntas. Sinaloa ¿tiene la clase política adecuada? ¿Los que están en el poder y los que lo quieren están ocupados en cambiar Sinaloa? ¿El actual sistema político dará el aumento del presupuesto de seguridad que se necesita (500 por ciento), el inercial (60) o el maquillador (100)? ¿Deben conformarse los sinaloenses con la pax narca que modera el derrumbe del Estado pero no lo revierte? ¿Les gusta vivir así? ¿Han pensado en irse de ahí? ¿Qué hacer?
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