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Al alma gemela la encontramos en la sensata conciencia de uno mismo

migueldealba5



Texto e imagen de Fernando Silva


Asir el ánimo con la intención de cultivar y poner en práctica el conocimiento ético-moral-reflexivo-práctico —en lo individual y en lo colectivo—, requiere sensatez y que advirtamos con el sagaz discernimiento tanto las fortalezas como las debilidades, además de algo «sencillito»: elevar la voluntad para reconocer y enmendar torpezas, vicios, desenfrenos, temeridades, cobardías, estupideces… a la par de integrar valores humanistas en el pensar y el proceder. En este entendido, la generosa determinación para distinguirnos como gente de bien es profunda, al ser capaces de estabilizar las emociones y sensaciones, así como no consentir las perturbadoras autodesaprobaciones —teniendo la consideración que cada caso merece—, estableciendo adecuada coyuntura para observar la relación que tenemos con nosotros mismos. De esta manera, es viable brindarnos sublime significación para hacer evidentes axiomáticas conductas, teniendo precisos conceptos como: aprecio, necesidad, afecto, miramiento, motivación, fraternidad, empatía, respeto, finalidad, felicidad, reconocimiento… es decir, la conciencia de uno mismo está ligada y estructurada en base a la sana o perjudicial relación con nuestros semejantes. Lo conmovedor es que, en la sociabilidad, es posible advertir que buena parte de la gente sufre de algún tipo de soledad o de trastornos psicopatológicos, lo que les provoca intensa y hasta negativa carga emocional.

Sobre el particular, quizás, esa válida apetencia que manifiestan un sinnúmero de personas por tener su «pareja ideal» sea repercusión de una desgarradora sensación de disparidad, lo que les puede llevar a subsumir su individualidad, especialmente al disponer la propia conducta para apartarse de la templanza por efecto de una falacia disfrazada de fantasía y, con ello, asumir acongojado y hasta desalentador estado emocional. De ahí el munífico denuedo para enfocar la atención hacia el «alma gemela», aquella que para los griegos clásicos era el principio vital; en otras palabras, el concepto que produjo una entidad, «el alma», es decir, estamos hablando de la Psique, esa razón fundamental que da forma y organiza el dinamismo sensitivo, intuitivo, inteligente e intelectual que, en combinación con la sublime emoción interior que resulta de hacer conciencia, nos es posible alcanzar estados en donde es viable sublimar el conocimiento de nosotros mismos, así como reconocer con mejor talante el entorno en el que convivimos. De esta manera, es factible apartarnos de los múltiples trastornos que producen —según su gravedad— comprometido deterioro a las funciones mentales cognitivas y afectivas.

En ese desfavorable escenario, hay quienes se descubren en la quimérica búsqueda de esa mujer u hombre insuperables que les haga perpetua compañía, por lo que tan sólo tienen que mirarse al espejo, reconocerse y aceptarse tal cual son, entendidos de que todos tenemos la prerrogativa de ser eminentes seres humanos, al brindarnos la oportunidad de hacer los paulatinos cambios en pro del bien personal y de todo ser viviente, teniendo la clarividencia de que ni la «persona perfecta» ni la «pareja ideal» existen; cosa distinta es cuando se habla del «alma gemela» que, dicho sea de paso, tiene su pícara raíz en la liberal narración «El banquete» o «El simposio», pieza maestra de Aristocles, mayormente conocido como Platón. En esta espléndida composición, la totalidad de los elementos poseedores de una propiedad común y que los distingue de otros, tuvo como intención el establecer de manera racional los principios generales que organizan y orientan el conocimiento, así como el sentido del obrar humano, que se concreta en la existencia efectiva, al tiempo que la percepción contrapuesta a lo fantástico e ilusorio es transmutada por una mezcla de diálogo, literatura y filosofía, en donde Platón puso de manifiesto la suma de conocimientos y principios que profesó el comediógrafo Aristófanes, quien en el libro referido funge como portavoz de una perspectiva platónica de cómo la humanidad en un tiempo fue cuasi-perfecta, es decir, lo utiliza como una figura interpuesta para formular o examinar sus deliberaciones acerca de la naturaleza del cuerpo; su unión con la psique y la aspiración vehemente-erótica; la vinculación entre humanos y dioses, así como lo dramático-cómico en relación con la filosofía.

Para estar en contexto, se hace prudente colocar tres extractos con la intención de estimar lo expresado por Platón: «En otro tiempo la naturaleza humana era muy diferente de lo que es hoy. Primero había tres clases de hombres: los dos sexos que hoy existen y uno tercero compuesto de estos dos, el cual ha desaparecido conservándose sólo el nombre. Este animal formaba una especie particular, y se llamaba andrógino, porque reunía el sexo masculino y el femenino; pero ya no existe y su nombre está en descrédito. En segundo lugar, todos los hombres tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías, unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunía estos dos semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación y todo lo demás en esta misma proporción» […] «después de largas reflexiones, Júpiter se expresó en estos términos: Creo haber encontrado un medio de conservar los hombres y hacerlos más circunspectos, y consiste en disminuir sus fuerzas. Los separaré en dos; así se harán débiles y tendremos otra ventaja, que será la de aumentar el número de los que nos sirvan; marcharán rectos sosteniéndose en dos piernas sólo, y si después de este castigo conservan su impía audacia y no quieren permanecer en reposo, los dividiré de nuevo, y se verán precisados a marchar sobre un solo pie, como los que bailan sobre odres en la fiesta de Caco» […] «Cada uno de nosotros no es más que una mitad de hombre, que ha sido separada de su todo, como se divide una hoja en dos. Estas mitades buscan siempre sus mitades. Los hombres que provienen de la separación de estos seres compuestos que se llaman andróginos, aman a las mujeres; y la mayor parte de los adúlteros pertenecen a esta especie, así como también las mujeres que aman a los hombres y violan las leyes del himeneo. Pero a las mujeres que provienen de la separación de las mujeres primitivas, no les llaman la atención los hombres y se inclinan más a las mujeres; a esta especie pertenecen las tribactes. Del mismo modo los hombres que provienen de la separación de los hombres primitivos, buscan el sexo masculino».

Por consiguiente, las múltiples reflexiones filosóficas e hipótesis que aluden a la compleja interacción de factores sociales, políticos y culturales que moldean nuestra identidad y relaciones inquiridas por psicólogos, biólogos, científicos, ideólogos, autores de las bellas artes, historiadores y antropólogos, entre otros, gozan de alto reconocimiento desde el momento que describen sus contribuciones en pro de la evolución de las ideas; por lo tanto, quienes les leemos, gozamos y reflexionamos, constituimos colectividades en donde hacemos partícipe a nuestros iguales inquietudes y euforias, con la intención de generar el diálogo circular —como estrategia didáctica y en fundamento del pensamiento crítico— a través del cual elevamos nuestra calidad humana, afianzando nuestra conciencia y, por ende, precisándola como nuestra «alma gemela» y,  en consecuencia, lucir como facilitadores de resoluciones juiciosas, en virtud de la capacidad decisiva que adquirimos a partir del crecimiento en conocimientos y experiencias, tanto personales como de orden profesional.

Entonces, démonos amplia libertad —en cordialidad y confianza— para conocer de manera íntima y afectiva a esa generosa «alma gemela», amparados en la sensata conciencia, la respetuosa sinceridad y la loable comunicación personal, para lograr la liberación de tormentos, fortaleciendo la certidumbre, sin restringir el gusto de vivir con dignidad.

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