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Caciques culturales en el mundo vedan a creadores de las bellas artes



Por: Fernando Silva


Los procesos y resultados estéticos que proveemos la mayoría de los autores de las bellas artes es en beneficio de la pluridimensional interpretativa de espectadores que observan, ven, escuchan, aprecian, reflexionan y disfrutan de las piezas creadas, teniendo entre las vitales intenciones el ampliar los efectos cognitivos, optimizar los sistemas de fuerzas dirigidas en pro de la salud mental, de promover transformaciones sociales y didácticas que eleven la calidad humana, paralelamente a la facultad que tenemos para hacer legítimamente lo que conduce a los fines de la dignidad, el respeto, la empatía, la ecuanimidad, la tolerancia, la benevolencia, la libertad, la paz… Conjuntamente, a cultivar en conciencia la consideración hacia los ecosistemas y a los seres vivos u organismos cuyos procesos vitales se relacionan con la humanidad, fomentando un sano y justo cambio de actitudes que certifiquen la garantía plena de los derechos humanos, al igual que de todas las especies animales y vegetales; prescindiendo de la exclusión, estigmatización, racismo, clasismo y violencia, en concreto, de todo acto surgido a partir de tener la intención de causar perjuicio, menoscabo, dolor o detrimento.

La espléndida labor es razonada y justificada a partir de advertir que no hay manera de producir una creación —a la que se le atribuye una función estética-social— sin tener en cuenta su eficacia en cuanto al amplio y variado conjunto de sensaciones, emociones e intuiciones propiciadas desde los autores y, por ende, hacia quien se regocija ante su instauración y exhibición. Por lo que la función del entendimiento posible y de placer es sobre la base de sentir y comprender la pieza realizada en virtud de la abstracción y advertimiento intelectual de la idea representada, así como el desencadenar argumentaciones derivadas de las nociones o conceptos que se tienen en base a conocimientos y sensatas fundamentaciones.

De ahí que resulte natural conjeturar el cómo escribanos y filósofos, en particular quienes manifestaron belleza con sentimiento y excelencia en las formas por medio de la palabra —en verso o en prosa— hayan sido en las pretéritas culturas establecidas en todo el orbe, cardinales facilitadores de la salvaguarda y difusión de los saberes relativos a la percepción o apreciación de la «realidad» en continua búsqueda de la exquisitez que complace el vigor natural, así como las virtudes que confortan y alientan el buen proceder a partir de la afectiva educación y de valorar lo bello en íntegra cualidad de ser humanistas. En ese sentido, las incipientes revelaciones del lenguaje que expresaron en alto grado las cualidades propias de la poesía, en especial las de la lírica, enfrentaron a respetables mujeres y hombres de saber a una exigua alfabetización que, en ese entorno, los colocó en la magnifica oportunidad de expandir su profundo anhelo de lograr la libertad de conocimiento, pensamiento y de expresión en sus comunidades, así como de expandir su compromiso ético-moral hacia otros eruditos en favor de culturizar y de elevar el entendimiento, la inteligencia y la razón para favorecer la progresión de razonables juicios, incluyendo los de orden crítico.

Milenios después —en el aún lozano siglo XXI— prevalecen retorcidos personajes pertenecientes a grupos intransigentes y embaucadores encajados en la cultura y las bellas artes. Ignorantes antagonistas a la colectividad de creadores que ejercen turbia y abusiva potestad, perjudicando a infinidad de autores y sus respectivas piezas: Promotores, comerciantes, intermediarios, galeristas, museógrafos, directivos de museos, medios de comunicación, servidores públicos y funcionarios encargados de la difusión y divulgación cultural, que adicionalmente poner de manifiesto su banalidad, paralizando de esta manera el progreso y la evolución de las expresiones artísticas, al igual que a las noveles tendencias que incorporan formas y cualidades aún no catalogadas o reconocidas en sus ominosas normas con las que pusilánimemente profesan el control y hasta la censura de manifestaciones que consideran no aptas a partir de su axiomática inopia y, en consecuencia, sin conocimiento de causa. Pero eso sí, amparando a quien estiman de interés específico y, en muchos casos hasta con nepotismo, sin respetar el que se cumpla con la entrega total de lo solicitado, así como la falta de transparencia en los procesos de cada una de las instrucciones o reglas que se establecen para el manejo justo de convocatorias, recepción de proyectos, criterios de selección y la publicación de resultados.

En justa defensa de la comunidad de creadores, habríamos de extirpar las ataduras y organizarnos, así como invitar a los estudiosos de las bellas artes, investigadores, profesionales de la crítica, académicos, coleccionistas, periodistas, comunicadores y sociedades en general para reparar tan corrosiva circunstancia. Asimismo, hacer referencia sobre los espléndidos efectos sociales y culturales que otorgamos los autores de las expresiones estéticas —en receptividad a nuevas ideas y a los múltiples aspectos técnicos y estilísticos—, además de reconocer y examinar el trasfondo deontológico que hay implícito; entendidos de que las significaciones —como un instrumento de expresión— vehiculizan y vinculan a las multifacéticas culturas generando amplios abanicos de entendimientos y de filosofías de vida ética-democrática que permiten el que todos tengamos el derecho de dar sentido a nuestra existencia de manera digna. También, apoyando el desarrollo de la comunidad de autores y creadores, con estrategias que coadyuven en nuestro progreso profesional y de la calidad humana por medio de la interpretación y ejecución de distintas actividades de estímulo ético-cultural en cada sociedad.

De este modo, los creadores podríamos ver fortalecidos nuestros valores y ampliar la imprescindible voluntad de comunicar sentimientos y pensamientos vertidos a través de la música, la imagen, la forma, la palabra, el lenguaje corporal, entre otros medios de interpretación y representación presentes en la realidad o en la imaginación de cada persona. Es decir, el simbolismo creativo es indispensable para acrecentar el análisis social y cultural, así como propagar la manifestación y elucidación de piezas artísticas pensadas con la intención de adquirir una mejor percepción de la humanidad y de las eficacias sociales en pro del bien común.

Naturalmente, el tema es más que importante cuando existen caciques culturales que vedan amplia gama de expresiones artísticas y a sus autores, por lo que no es indispensable un bagaje teórico para que alguien con experiencia o mínimo sentido común pueda identificar fácilmente a los tiranos que trastocan a la comunidad de las bellas artes. Por lo tanto, lo anhelado es que el transgresor proceder —como medio de intermediación— sea desplazado de una vez por todas por organizaciones formales, sujetas a escrutinio público y a la responsabilidad ante la ley. Otra forma de decirlo es: la sociedad autoral podemos y debemos sustituir de manera definitiva al caciquismo cultural como la forma de ligar a cada creador con una autoridad eficaz, responsable y comprometida con los valores que nos dan identidad y pertenencia a todos. Por tanto, la siguiente fase de tan necesaria democratización debe ser una lucha conjunta, cuya meta sea la conquista de los reductos caciquiles y hacer del siglo XXI la tumba de ese anacrónico y pérfido grupo de gente non grata.

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