Por: Fernando Silva
El concepto de arte da lugar a opiniones contrapuestas en la antropología, situándose entre el reconocimiento de la singularidad cultural de los objetos y las prácticas que no se pueden considerar como estéticas sin caer en el etnocentrismo y en el concertar marcos comparativos como para incluir una diversidad de debates relativos a la experiencia creativa; de ahí que los conocimientos especializados en los procesos artísticos tienen que ver más con la forma de atribución al observar las piezas. Esto puede ser el punto de partida para fortalecer las teorías del conjunto de ciencias que estudian los aspectos culturales y sociales de las bellas artes, construidas sobre la especificidad de la disciplina y los razonamientos que se dirigen al conocimiento y no a la acción ni a la práctica. Tal enfoque plantea cuestiones acerca de la definición a otras interpretaciones del análisis y la crítica cultural en el que se considera «hacer arte» como parte del complejo sistema de significados en estrecha vinculación con los modelos de organización social, económica y política, lo que lo hace sensible a los fenómenos de cambio y, a su vez, se define —entre la comunidad artística— como medio de expresión con un generoso abanico de manifestaciones sensibles y creativas.
Para ubicarnos, partamos de lo que dicta la Real Academia Española (RAE) sobre arte en sus cuatro primeras acepciones: 1. m. o f. Capacidad, habilidad para hacer algo. 2. m. o f. Manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros. 3. m. o f. Conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer algo. 4. m. o f. Maña, astucia. Así, el hacer arte puede ser englobado en un sinnúmero de proposiciones: El arte de amar; el arte de la guerra; el arte de mentir, el arte de hablar; el arte de matar; el arte tradicional, el arte de robar; el arte de pensar; el arte de engañar; el arte de hacer estupideces; el arte de cocinar, de vestir, de escuchar, de jugar… Como el conjunto de modos de vida, costumbres, conocimientos y grados de desarrollo en la cultura de cada sociedad, por lo que prácticamente todo puede ser arte, de ahí la importancia de no confundirse cuando se habla de las bellas artes —que se utiliza en lo profesional y en lo coloquial— para mencionar a las siete expresiones artísticas del ámbito autoral y de creadores con alto valor intelectual y estético: Arquitectura, escultura, pintura, música, literatura, danza y cine, que tienen como propósito central el hacer que una idea sea accesible a la contemplación bajo el cobijo de representaciones sublimes.
Pasando de la breve precisión, es recurrente escuchar que las artes mayores son fundamentales para la sana y progresista evolución de la humanidad, lo que comprensiblemente provoca que madres, padres y tutores lleven a los infantes —en los primeros años de escolaridad— a clases de danza, música, dibujo, pintura, ballet, círculos de lectura infantil… con gran entusiasmo y apoyando en todo a quien les brinda ese saber y entendimiento con armonía y encanto particular utilizando procedimientos y técnicas específicas, pero deplorablemente, también es ordinario enterarse que cuando llega el momento en que esos menores manifiestan su vocación y escogen como actividad profesional alguna de las bellas artes, encuentran gran oposición con la imprudente e inquietante consulta ¿de qué vas a vivir?, dando cuenta del lugar que ocupan las artes mayores en el imaginario colectivo de algunos progenitores que no gozan del conocimiento ni la experiencia para hacer tan desafortunada pregunta. Al parecer, con mucho o poco mérito personal —tirando a malo— consideran que tales profesiones no son un bien redituable, sino actividades concebidas únicamente para destacados diletantes, por lo que para esas madres y/o padres su retoño no es una persona apta y, peor aún, aseguran que se muestra con una conducta irreflexiva o ingenua, advirtiéndole hasta con severidad y sin brindarle sólidos argumentos, que su intención vocacional no tiene valor productivo —económicamente hablando— por lo tanto, le conminan a prescindir de su excéntrico pensamiento, con la intención de que mejor se adapte a las necesidades del mercado que impone la industria laboral, dirigida en la mayoría de los casos por pérfidos empresarios.
Parte del problema de la sana sociabilización de las expresiones estéticas radica en la distorsionada clasificación de los estudiantes y censura alrededor de las academias, mismas que impusieron coto a los cánones artísticos, manteniendo un control monopolístico sobre las ideas y su realización. Por ello, las vanguardias del siglo XX y las propuestas contemporáneas del siglo XXI, contribuyen al diálogo para reformar las duras reglas ortodoxas y a transformar la noción de las bellas artes, colocándolas en un estatus de excepcional autonomía con respecto a las demás manifestaciones de la vida social y los entornos culturales, en que las propuestas de muchos autores salgan del control de museos encasillados por los círculos de personajes que nunca generan ideas ni producen, pero sí se atreven a decidir a quien apoyar e, incluso, a colocar a sus allegados en las vitrinas de las galerías en el mundo, sin considerar las consecuencias de sus infaustas e injustas decisiones.
Por ende, desde finales del siglo XX, los debates postmodernos han ido favoreciendo la generación de espacios e inéditas formas de contacto entre creadores de distintas especialidades y corrientes con intelectuales, medios de comunicación y promotores culturales, favoreciendo la proposición de transformar la presencia y el papel de las bellas artes en el medio social, transmutando las manifestaciones artísticas de los géneros emergentes tal como la performance, la instalación, el videoarte, el Arte Povera, el Trash Art o el Web-Art. Estos, al igual que el Body-Painting y el grafiti, se convierten en elementos de controversia artística docta y en un modo de sana y justa protesta sociocultural en todo el planeta. Entonces, es causal que esta modificación en los significados se manifieste tras el impacto de la anodina crítica a los postulados y a las certidumbres que dominaron la modernidad, en el cual los discursos hacia todo tipo de disciplinas han sido puestos en duda y en donde se atribuye un lugar central a los procesos de interpretación de individuos que no hacen investigación, por lo que sus mediocres «análisis» están sometidos a deconstrucción. En consecuencia, se confirma que la obra de cada autor es la forma material exterior que viabiliza la comunicación del contenido inmaterial, el lenguaje de alma a alma que habla de emoción, en una fusión indisoluble del contenido y forma que tiene otro valor al que tiene o podría tener el mismo objeto, si no fuera una pieza con elementos estilísticos y temáticos.
En concreto, cualquiera puede hacer arte, de eso hay mucho y hasta malintencionado, pero realizar una composición sublime y bella es algo que sólo es posible a partir de trabajar en pro de elevar la calidad humana. Francamente y sin ser desmedido, seamos sinceros, no es lo mismo. Por ello, brindémosle a las nuevas generaciones las condiciones necesarias para que se dediquen profesionalmente a una o más de las expresiones de arte mayor.
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