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El amor de Pepita Peña: una historia verdadera


Por Mayra Nuñez Perea

YouTube: Mayra Gallery Art


Lo importante de contar historias

verdaderas es dar luz a personas,

a la experiencia humana

y dar sentido a eventos

que a veces no tienen sentido.


El mariscal François Achille Bazaine llegó a México en octubre de 1863 con amplios poderes políticos y militares; su misión era defender los intereses de Francia y apoyar en el imperio a Maximiliano de Habsburgo y a Carlota de Bélgica, quienes llegaron a la capital mexicana en junio de 1864.

Bazaine ofreció un gran baile de bienvenida para recibir a los nuevos emperadores. Ahí vio, por primera vez, a una jovencita que le encantó.

Josefa Peña y Azcárate tenía 17 años. Su tía Juliana era la viuda del ex presidente Manuel Gómez Pedraza, y su abuela era una dama de la alta sociedad mexicana. El flechazo fue inmediato y el mariscal, de 54 años, y Pepita, de 17, se casaron al año siguiente de haberse conocido.

Sus padrinos fueron los emperadores Maximiliano y Carlota, quienes como regalo de bodas les obsequiaron el Palacio de Buenavista, actualmente Museo Nacional de San Carlos.

Cuando se ausentaban los emperadores, Pepita era la segunda dama del Imperio. No había nadie más arriba que los Bazaine.

En 1867, Napoleón III ordenó retirar las tropas francesas de México, por lo que el matrimonio Bazaine decidió ir a vivir a Francia, donde fueron muy bien recibidos por Napoleón III y Eugenia de Montijo.

En 1870, la situación del mariscal cambió, con la guerra franco - prusiana. En su calidad de Comandante en jefe del Ejército, vivió la derrota francesa que le costó la corona a Napoleón III. Bazaine fue acusado, enjuiciado y condenado a muerte.

Pepita, su esposa, logró que el presidente francés permutara la pena de muerte por 20 años de cárcel.

El gran amor que sentía Pepita por el mariscal la hizo planear un plan de fuga muy audaz. Logró que su marido se descolgara con una red por el muro de la fortaleza, mientras ella y un sobrino que convenció para que la ayudara, esperaban en un pequeño barco rentado en Génova.

Tras la fuga, la familia huyó a Londres y después a Madrid. La vida les resultó difícil en España, donde vivieron en el exilio y la pobreza por varios años.

Pepita decidió regresar a México para recuperar la propiedad del Palacio de Buenavista, pero no lo pudo hacer porque nadie le prestó la mínima atención. Para entonces ya se había instaurado el porfiriato.

Con la venta de la casa de su madre, Pepita envió dinero a su esposo. A ella se le complicó mucho regresar a España, por lo que Bazaine murió –en septiembre de 1888– sin volver a ver a Pepita.

Bazaine le escribió una última carta, en la cual le decía: “Nunca he dejado de amarte un solo momento”.

Pepita Peña terminó sus días en una casa de salud de Tlalpan, con la tristeza de no haber acompañado a su esposo en los últimos instantes de su vida, lejos de su familia.

El sueño monárquico se había esfumado y lo único que permaneció fueron las tres cruces que señalaban, en el Cerro de las Campanas, en Querétaro, el lugar de la ejecución de Maximiliano, Miramón y Mejía.

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