Por: Fernando Silva
En el aún lozano siglo XXI, el movimiento político y social de carácter totalitario, el Fascismo, que ingenuamente se creyó proscrito, no sólo se formula revitalizado, sino que arremete de manera pendenciera contra toda democracia y los valores sociales establecidos en el modelo de orden: Estado de Derecho, siendo atizado por las desproporciones, la ilegalidad y equidistancia germinada por los enfermizos intereses del Club Bilderberg y el puñado de familias multimillonarias, que además exacerban las interminables crisis —como si jugaran Monopoly— con imposiciones aplastantes y normativas neoliberales hacia la mayoría de las naciones que no consideran en su mentado «primer mundo» lo que les da aliento para reactivar la inmunda ideología de antaño que sostiene la concepción «pura» de nación impugnando los derechos humanos —por ordinarias reacciones viscerales— y endureciendo su maquinaria económica y política intolerante, racista, clasista, xenófoba… que considera al mestizaje como un encuentro de razas sin valor que tienen que exterminar, además de «justificar» la explotación de inmigrantes como chivos expiatorios. De esta manera, no es posible acometer el asunto del neofascismo sin plantearse la del capitalismo, en el que los partidos políticos de extrema derecha imponen tendencias alejadas del espacio social del consenso en una unidad monolítica denominada «corporativismo» que exalta las ideas de nación frente a los ciudadanos, suprimiendo la discrepancia política en beneficio de una agrupación disoluta y los localismos en beneficio del centralismo que se adecua a su avaricia.
En esa dirección y para no transitar con inequitativas pronunciaciones e inflexiones del funesto sendero de la primera mitad del siglo XX, es vital informarse y organizarse, pero aún más es la elaboración de alternativas para no encomiar tal brutalidad. Para ello es necesario observar, analizar y comprender la inteligente y participativa resistencia de un sinnúmero de colectivos sociales que con sagacidad y reflexivos argumentos hemos hecho frente aportando soluciones en bien común. Aquí, la dignidad inquebrantable, la empatía y la justicia son fundamentales para lidiar de la mejor manera con esos grupos convencidos de la supremacía, segregacionistas, refractarios de la soberanía y arteramente manipulados por personas que tutelan la globalización y cuya conducción ideológica proviene de los sectores conservadores y de inquietantes agrupaciones fanáticas e intransigentes embelesadas por la promoción y práctica de la doctrina fascista.
Evidentemente, el neofascismo es una manifestación que se hace presente en la percepción de las sociedades como objeto de su comprensión y manifestándose de diversas maneras, principalmente en movimientos sociales y de partidos políticos extremistas, por lo que debe abordarse desde sus orígenes como un fenómeno radical hasta su manifestación como régimen. En la actualidad, está presente como una opción política en el mercado electoral y su presencia en los recintos parlamentarios ha crecido en los últimos años bajo el cobijo de conceptos de nacionalismo a ultranza y el desdén por los derechos humanos, potenciando sistemáticamente la cultura del miedo y del horror, persuadiendo a la gente de que sus derechos deben de ser ignorados cuando sea necesario. Asimismo, tienen desafiante control sobre los medios de comunicación; obsesión con la seguridad; haciendo uso del conjunto de ideas, principios o convicciones religiosas cuando les conviene; elecciones fraudulentas; protección de las corrompidas corporaciones privadas y corruptos servidores públicos, así como la supresión de la actividad de los sindicatos, entre otros. Paradójicamente, es síntoma de la crisis del mentado «Estado de Bienestar» en el que las sociedades más ricas se convierten en los gobiernos menos capaces o dispuestos a financiar el bienestar de forma colectiva.
Tal escenario reiteradamente debilita la competencia, particularmente entre los trabajadores, mediante la eliminación de la estabilidad en el empleo y la introducción de la «conspicua flexibilidad» con la que la clase alta —y su mísero grado de influencia económica y política— saca ventaja del desempleo para forzar la reducción de los salarios, las condiciones laborales y las prestaciones sociales de los asalariados y, por ende, de sus familias. De hecho, esto es una de las causas que provocó la aparición de cavilaciones y acciones acordes a la ética, la moral y el civismo que apelan a la calidad humana y que son constantemente perpetradas por agrupaciones de línea dura. Tan repugnante intolerancia es la mejor prueba de que un neofascismo —generacionalmente renovado— emerge y desarrolla una humillante condición en que un sinnúmero de adolescentes y jóvenes adultos viven marginados sin la posibilidad de ser escuchados o de alcanzar sus expectativas personales y profesionales. Muchos de ellos —como quizás lo fueron sus padres y abuelos— son el caldo de cultivo para la formación de grupos supremacistas y milicias radicales con la intención de «reformar» a su conveniencia el orden político-social.
Sin lugar a dudas, todo conflicto bélico siembra fascismo y con las beligerancias que actualmente se llevan a cabo en el mundo, la seguridad de la humanidad no ha sido tan turbulenta como lo está ahora, particularmente por la guerra que ponen en práctica el Occidente capitalista -la OTAN- Ucrania y Rusia. Por consiguiente, es posible prever que se avecinan tiempos difíciles. Lo incongruente es que los rusos y los ucranianos en algún momento de su historia vivieron en relativa armonía cuando eran parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) cuya fundación fue basada en el principio de la autodeterminación nacional, hasta que fue violentamente interrumpida en 1941, cuando los nazis invadieron la URSS, tomando control de la mayor parte de Ucrania, asimismo, y según el historiador John-Paul Himka, un cuarto de todas las víctimas del Holocausto vivía en Ucrania, y los ultranacionalistas ucranianos —que aún continúan— sorprendentemente colaboraron en el inmisericorde genocidio. Como diría el semiólogo, filósofo y escritor Umberto Eco: «A pesar de esta confusión, considero que es posible indicar una lista de características típicas de lo que me gustaría denominar ‘ur-fascismo’ o ‘fascismo eterno’. Tales características no pueden quedar encuadradas en un sistema; muchas se contradicen mutuamente, y son típicas de otras formas de despotismo o fanatismo, pero basta con que una de ellas esté presente para hacer coagular una nebulosa fascista».
Lamentablemente, se confirma que la capacidad humana por ejercer la estupidez no tiene límites, para ello es trascendental hacer conciencia y considerar la «Teoría de la estupidez» de Bonhoeffer, en el que reflexiona en sus cartas que «…la estupidez sería un enemigo aún más penetrante que la malicia, porque un acto malicioso puede protestarse, puede denunciarse y prevenirse con el uso de la fuerza, pero contra la estupidez no levantamos defensa. Ni la protesta ni la fuerza juegan ningún papel en este caso. La razón no resuena en los oídos tapados. Los hechos que evidencian la contradicción presente en el prejuicio de los estúpidos, simplemente no reciben crédito y —cuando son irrefutables— son dejados de lado, descartados como irrelevantes o meramente incidentales».
Por consiguiente, no permitamos que tan deplorable comportamiento se posicione por efecto de la indolencia y falta de solidaridad, así que articulemos generosa determinación en bien de todo ser viviente y del planeta Tierra.
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