Texto e imagen de Fernando Silva
En el arcano proceso de la evolución humana se han sucedido significativas fases que hasta nuestros días nos permiten estudiar, investigar y dilucidar por qué ocurrieron desde causalidades, logros y virtudes, hasta contingencias, desaciertos y acciones malintencionadas. En esa encrucijada tenemos lo instintivo e intuitivo, así como lo trascendental, en donde hemos sido capaces de crear y establecer dignos valores bajo el cobijo de una cognición que suscita sensato bienestar a todo ser viviente y, en ese confluir, aplicando el famoso Nosce te ipsum (conócete a ti mismo), uno de los preceptos de Delfos cincelado en el templo dórico períptero de Apolo, que se remonta al siglo IV a. C., y a partir de ahí, tenemos la oportunidad de juzgar y decidir, así como de consumar actos de inteligencia como los realizados por las eminentes figuras del pensamiento, los siete sabios de la antigüedad: el filósofo, matemático, geómetra, físico y legislador Tales de Mileto; el estadista Pítaco de Mitilene; el legislador, reformador y poeta Solón de Atenas; el filósofo Biante de Priene, el poeta Cléobulo de Lindos, el político Periandro de Corinto y el estadista Quilón de Esparta. Así como acciones de malignidad —poco más de dos mil años después— ejecutadas por el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y el presidente de Argentina, Javier Gerardo Milei. En ese sentido, valgan estos dos últimos malsanos individuos como ejemplo para demostrar lo fácil que resulta calcular el grado de su imbecilidad con un básico proceso de resolución a partir de la siguiente fórmula. Si valoramos el total de la masa encefálica, es decir, si su cerebro pesa aproximadamente mil quinientos gramos, lo podemos repartir de la siguiente manera: del principal ingrediente —la mala intención— mil gramos; mala educación 250 gramos; 150 gramos de detritus ideológico extremista de derecha; 50 gramos de altivez y 50 gramos de pedantería, lo que pone en evidencia su alta fatuidad, que convencionalmente se reconoce como estupidez, el rasgo más peligroso de cualquier mujer y hombre.
Y en esa consustancial inclinación por aprender, si la intención se puede determinar dentro del pensamiento científico dirigido hacia un aspecto de los supuestos previos con el objetivo de resolver convenientemente una acción determinada ¿podríamos considerar que puede influir en toda la materia viva? Por consiguiente, y siguiendo la siempre sana práctica mental de leer y pensar, si la determinación de voluntad, en orden a un fin, se manifiesta como energía —eléctrica y/o magnética— produciendo un flujo ordenado de fotones, entendidos que estas fuerzas son más intensas que la gravedad, por lo tanto, es factible considerar que operan como si fueran una frecuencia altamente coherente capaz de variar la estructura molecular de la materia, lo que nos permite deducir que para que (la intención) sea efectiva y benéfica es necesario muñirnos de energía positiva, elevar la intensidad de la conducta en pro del bien común, escoger el momento apropiado y, mejor aún, tener y cultivar una educación, formación y actitud humanísticas, como una generosa activación fisiológica integral de nuestra mente y cuerpo, clave para armonizar nuestro proceso psicológico que nos prepara para adaptarnos y responder de modo óptimo ante los diversos entornos —personales, familiares, profesionales y sociales—, así como entender la premisa de cualquier ser humano: vivir en armonía con uno mismo, la naturaleza, con nuestros semejantes y con nuestra Madre Tierra.
Ahora bien, como el conjunto de las fases sucesivas de tal fenómeno natural psicológico no es posible observarlo directamente, sino que se deduce por sus efectos y consecuencias en relación al comportamiento, su comprensión admite preguntarnos ¿qué nos pasa cuando reaccionamos ante determinados estímulos, sean internos o externos, y por qué lo que hacemos? Cada emoción y sensación naturalmente tienen su sentido y nos brindan información sobre nosotros mismos, de nuestros semejantes y el entorno en el que nos desenvolvemos, teniendo en cuenta que abordar el tema desde una postura crítica-objetiva no es tan asequible, pues están infiltradas de particularidades que implican aspectos subjetivos, lo que involucra una serie de situaciones desencadenantes —estímulos relevantes—, variados grados de enjuiciamientos y encauses cognitivos —procesos valorativos—, constantes reformaciones fisiológicas —activación—, y modelos de comunicación —expresión emocional—, entre otros.
Además, la alteración del ánimo —intensa y pasajera, agradable o penosa— va acompañada de cierta conmoción somática, lo que tiene efectos motivadores, siendo su función primordial la adaptación en continua transformación. De ahí la trascendencia de que nuestras transmutaciones ideológicas y conceptuales, las realicemos de modo que fundamentalmente sea en conciencia para dirigirlas en bien de nuestra superación y en pro de pensamientos y actos que nos permitan elevar nuestra calidad humana y, por ende, vivir en filántropa coexistencia.
Es en este contexto teórico que las Múltiples Inteligencias (MI) formuladas por el psicólogo, investigador y profesor Howard Gardner en 1990, y que desde entonces cuenta con alto influjo en el ámbito científico y académico, toman en cuenta las diferencias surgidas en los perfiles de inteligencia de los individuos dentro del ámbito educativo e introduce los hallazgos neurológicos, evolucionistas y transculturales. En esa dirección del conocimiento, los psicólogos John D. Mayer, Peter Salovey y David R. Caruso utilizaron la teoría de las MI para acuñar un nuevo término: Inteligencia Emocional (IE) que, a su vez, dio paso al test de inteligencia emocional Mayer-Salovey-Caruso (TIEMSC), el más utilizado en todo el mundo para medir la inteligencia emocional de los profesionales. Contundentemente, podría realizarse el test (TIEMSC) a Benjamín Netanyahu y a Javier Milei para alcanzar a entender y, en su caso, hacerles comprender sobre su negativo proceder y, por lo menos, retirarlos de sus cargos con el sensato juicio de evitar tanta brutalidad, y de ahí nos seguimos con otros que desde trincheras oligárquicas perturban la vida de la mayoría de la humanidad.
Por lo formulado, es vital sumarnos a ese humanismo de bienestar general, ya que no es propio de la naturaleza humana el ser malintencionados, sino todo lo contrario. Ya basta de tanta violencia, cuando podemos con relativa facilidad ser personas de bien.
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