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Inteligencia y compromiso humanista en bien de todos



Texto e imagen de Fernando Silva


Para analizar, entender y concebir de mejor manera el concepto de responsabilidad social, es aconsejable hacerlo bajo el cobijo de los principios humanistas en pro del beneficio general; el respeto ético a los derechos y valores universales; la aplicación de la justicia en función de la moral y el conjunto de las virtudes que obran hacia lo justo en sensata razón; la comprometida voluntad y el decidido anhelo de gestionar la paz en sus dos dimensiones: la negativa y la positiva. En este entendido, la exploración del conjunto de sistemáticas normas legales se adaptan en favor de ajustar el funcionar sociocultural en cada región del mundo y, por ende, sobre el desempeño de la humanidad en su conjunto con el racional propósito de no restarle importancia a la inoculada incertidumbre y polarización que, con el mal ejemplo, grupos oligárquicos que han trastocado a la mayoría de las naciones sobornando a gobernantes que terminan adheridos a grupos hegemónicos, cuya combinada perversión y enfermiza avaricia les lleva a desarrollar cicateras reestructuraciones en la administración de los bienes públicos y naturales, adoptando estrategias que dañan, entre otros aspectos, la seguridad social, la soberanía de los pueblos y las economías de subsistencia, en donde buena parte de la humanidad vive con escasos medios, particularmente las personas imposibilitadas —por diversas razones— para contar con un trabajo dignamente remunerado, lo que les coloca en implacable subordinación a un poder.

Con ese modelo capitalista, que en su descripción simplificada de la realidad fue concebido para ofrecer hipótesis sobre conductas económicas perversamente organizadas por cúpulas políticas y empresariales en abierto cohecho y corrupción, determinan con descaro despiadadas reglas en procesos de usurpación a los múltiples patrimonios —bienes y derechos— de los países no pertenecientes a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), poniendo en práctica su mezquina influencia, así como el control financiero mundial recortando, entre otras cosas, las inversiones para ejercer presión a las autoridades correspondientes. Un ejemplo de ello lo encontramos en los Estados Unidos con la sagaz «Agenda y Políticas Técnicas del Americano», generada por el Comité de Asuntos Públicos de Israel, AIPAC (American Israel Public Affairs Committee), grupo de presión de la comunidad israelí-americana que realiza arbitrarias operaciones en el Congreso de los Estados Unidos y en la Casa Blanca en favor de mantener estrecha relación entre ambas naciones, en donde por más de tres décadas ha consolidado a Israel para que sea una potencia, tanto en lo militar como en lo económico; además, exigiendo que perdure como patria nacional para los judíos. Sobre el particular, un dato histórico que permite confirmar la influencia y confabulación de ambos gobiernos se puso en evidencia ocho meses antes de ser electo Donald Trump presidente de los Estados Unidos, quien prometió al grupo más poderoso del lobby israelí en su país que desmantelaría el acuerdo nuclear con Irán y llevaría la embajada de Washington a Jerusalén, la ciudad sagrada de tres religiones monoteístas: la judía, la cristiana y la musulmana. Y a principios de diciembre de 2006, el sorprendido millonario convertido en  presidente norteamericano, anunció en una comparecencia desde la Casa Blanca: «Es hora de reconocer oficialmente a Jerusalén como la capital de Israel».

En ese sentido, la manera en que ejecutan estos grupos oligárquicos-conservadores y de extrema derecha sus irrupciones e imposiciones para imputar sus intereses, lo hacen predominantemente amenazando, oprimiendo, coaccionando, extorsionando y hasta asesinando para obtener expedita facultad en torno al poder y la autoridad desde las entrañas del bloque con Estados Unidos de América, es decir, del conjunto de los poderes y los órganos de gobierno pertenecientes a la Alianza Atlántica que, a su vez, convenientemente se amoldaron en contra de la Unión Soviética en lo que se conoció como  «La Guerra Fría», ese enfrentamiento político, económico, social, ideológico, militar y propagandístico el cual comenzó al término de la Segunda Guerra Mundial entre los bloques Occidental (capitalista) y Oriental (comunista).

Por consiguiente, es trascendental dar importancia a la responsabilidad social —individual y colectiva— desde lo axiológico, entendidos de que son pautas y guías de la conducta que nos permiten tomar decisiones con esa capacidad inherente de poder pensar, reconocer y aceptar las consecuencias de nuestros libres y conscientes actos. Por lo tanto y desde el punto de vista ético, es vital asumir las normas morales que se constituyen en fundamentos o cualidades asimiladas de manera reflexiva y consecuente, normando la conducta y regulando el proceder —que se determina por la circunstancialidad— al emitir juicios de valor en tanto que estos influyen no sólo en la asimilación del modo en que ejecutamos una acción, sino que median en los referentes culturales en cada región del orbe, lo que integra la participación social informada y participativa en temas de competencia industrial y gubernamental, como una forma de gestión que se defina por la relación ética y las colectividades con las cuales se relacionan, así como por el establecimiento de objetivos corporativos compatibles con el desarrollo sustentable preservando los recursos ambientales, respetando el sentido de identidad y pertenencia en función de la diversidad cultural y reduciendo las desigualdades sociales.

En ese espíritu de lograr dignas condiciones para una coexistencia en seguridad social, equidad, bondad, fraternidad, empatía, tolerancia, gratitud, compromiso, respeto, confianza… se hace imprescindible fortalecer la buena educación en los hogares y exhortar —desde la temprana enseñanza y hasta la formación superior— la excelencia profesional, tanto de los maestros como de las instituciones educativas (públicas y privadas), en torno a la consideración del deber contraído como uno de los desafíos actuales en el contexto de los vehementes bretes locales y la irracional crisis marcial que devasta territorios de Estados soberanos y asesina a inocentes mujeres, hombres y menores de edad. Tales condiciones han sido propicias para el recrudecimiento de la violencia de todo tipo y la delincuencia organizada; la fragmentación de la economía mundial en bloques geopolíticos con diferentes normas comerciales y tecnológicas, sistemas de pagos y monedas de reserva. Además de las malas prácticas consistentes en la utilización indebida o ilícita de su cargo por parte de servidores públicos en provecho propio y/o de sus perturbadores gestores que previamente les sobornaron.

Seamos ejemplo de inteligencia y compromiso humanista en bien de todos, entendiendo que la desigualdad y la exclusión son aún más devastadoras, además de empobrecer, impiden la democratización de las sociedades y de los países, por ende, si se expande la pobre observancia de los derechos humanos, así como de los que protegen a las especies animales y vegetales sin atender el daño al planeta por industrias altamente contaminantes, a más de aceptar como «naturales» las violaciones a mujeres y niñas, los secuestros, los asaltos, la corrupción, el cohecho, la irrupción al territorio de las naciones (incluyendo los consulados y embajadas), nos vuelve estúpidos cómplices; por lo tanto, habrá que comprender que los avances de gobiernos progresistas contribuyen con sólidos argumentos para detener y superar las viles intenciones de cúpulas elitistas, racistas, clasistas y aporofóbicas.

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