La avena
- migueldealba5
- 2 jun
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Por Araceli Mendoza
Aquel día, mi despertador de la responsabilidad sonó. Eran las seis de la mañana y había que preparar la avena, rápidamente, para mi hijo. Había visto las recomendaciones para personas con neumonía, pues apenas un día antes me dijo que le diagnosticaron con esa enfermedad.
¡Pero cómo; por qué me lo dice hasta ahora! ¡No podía creer que se quedó solo en el hospital, sobre todo porque su pareja lo sabía. No me explico si fue ignorancia de él o de ella, pero para mí, en estos casos siempre hay que avisar a las personas cercanas, porque son quienes te pueden dar contención, apoyo, cariño, empatía. Casi como hacen los entrenadores de los boxeadores en las esquinas del cuadrilátero.
Hoy, más que nunca, la familia debe estar unida. Es una plataforma esencial en nuestro entorno. Entre más apoyado estés, más seguridad tienes. Aunque estés en todas las redes, al final sólo cuentas físicamente en presencia con quienes te quieren.
A los adultos mayores se les colocó, en el siglo pasado, el chip de resolver situaciones, el de la responsabilidad para, ante situaciones emergentes, actuar de inmediato. Pero ahora que ya estás grande, que eres abuelo/a y adulto mayor, si te lo piden está bien, porque muchas veces el rechazo inmediato del “no gracias, no lo necesitamos; no vengas; todo está bien; no necesitamos de tu ayuda”, son duros golpes a tus sentimientos.
¿Quién te pidió la avena? ¡Nadie! Sólo querías ayudar, aunque “nadie hace la avena como yo, que la hago con amor”.
En cuanto se genera un debate sobre si debes o no apoyar, crece, se complica; no quieres dejar ir porque si el ser amado dice “déjame, estoy bien”, la pareja afirma que no es necesaria la preocupación, porque el enfermo afirma que todo está bien.
Busca cómo desahogar tu tristeza, enojo y frustración; sal y respirar aire fresco; trata de aquietar tus emociones… Para los adultos mayores estos son golpes muy fuertes, pues se quieren sentir útiles porque su amor hacia la persona querida es fuerte, pero deben caminar con el lema “si te lo piden”, para ver si puedes, si no se te complica; si tienes dinero; no hagas más de lo que tus posibilidades te permiten; no perderás la medalla que ganaste desde hace mucho.
Para no sentirme defraudada por haber preparado la avena, salí de casa pensando ir a Xochimilco o al Museo de Antropología. Preferí el museo, aunque no sé ni por qué.
En la entrada, el guardia de seguridad advierte que estudiantes y adultos mayores no pagan. “Super, yo soy del IINAPAM”.
Para mi sorpresa, me recibe la fuente más hermosa, que desde niña me encanta porque es un verdadero espectáculo. Me tomé fotos y, desde luego, no faltó el señor que de inmediato se ofreció a tomarla.
Después fui al restaurante del Museo de Antropología, donde en un tríptico te dan información sobre el gusano de maguey, los chinicuiles, los quelites, la tuna, etc. Desayuné, no muy sabroso, pero el café estaba bueno. En fin...
La primera sala pasó como si no hubiera entrado. Seguía diciéndome “bájale, bájale de intensidad a tus emociones; las personas no quieren tu presencia en momentos difíciles por algo; no impongas tu presencia…”. Caminaba sin ver, sin estar consciente de estar ahí hasta que, de repente, entré a la Sala Olmeca. No sé cómo llegue, pero empecé a ver figuras muy especificas, pero también me percaté de un señor raro. “No alucines”, me dije, y preferí salir de la sala.
Encontré y subí unas escaleras. Nunca había estado ahí. Había cosas interesantes. Las reflexiones que se encuentran por todo el Museo son muy bonitas y calmaron poco a poco mi frustración por la avena. Calmaron mis sentimientos, que estaban como pepitas en comal.
Que no caigan en la bajada,
ni en la subida del camino;
que no encuentren obstáculos,
ni detrás ni delante de ellos.
Ni cosa que los golpee.
Concédeles buenos caminos,
hermosos caminos planos.
Popol-Vuh
Mi recorrido siguió, pero sin olvidar la Sala Olmeca, por lo que regresé y de inmediato pensé: “hice la avena, pero no me la pidieron. Yo la hice por mi voluntad y por eso me siento como esta Diosa 13 Serpiente en la urna que la representa. La postura de sus manos y la corona trenzada adornada con discos de jade, son atributos característicos de la deidad, seguramente identificada como diosa madre y con la tierra.
La verdad, cuando llegué quería ser jaguar, con colmillos y garras, y colocarme en una vitrina como urna o sahumerio.
También vi cabezas colosales, en cuya descripción decía “Caras Sonrientes”, lo cual me hizo reír. ¿Por qué tuve que ver esto? No lo sé, pero lo vi y poco a poco se me olvidó la avena.
Al salir volví a ver la fuente maravillosa y agradecí que su brisa me abrazara, aunque me hizo recordar con tristeza lo de la avena… Me despedí y le dí las gracias, igual que el día que visité por primera vez el Museo, cuando tenía siete años y nos llevaron de la escuela.
Una inscripción que vi en el Museo dice:
Estos toltecas eran ciertamente sabios:
solían dialogar con su propio corazón.
Hasta la próxima.
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