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Lo peor de no saber es cuando se hace gala de «ignorancia supina»



Por: Fernando Silva


Naturalmente, no existe ser humano que lo sepa todo, pero hay quienes se distinguen al proceder de manera pusilánime, por ende, poco o nada confiables cuando evidencian espontáneamente su abstención por conocer e inquirir complementario saber, más, cuando del bien común se trata, los derechos universales, del respeto por los ecosistemas y la salvaguarda de nuestra Madre Tierra. Claro está que tal inopia no proviene necesariamente de la posición relativa que ocupan en una sociedad, sino por la multiplicación exponencial de su necedad y deficiencias para entender, comprender y disfrutar de lo que como especie —en permanente evolución— creamos, difundimos, divulgamos, informamos y logramos. En contraste y poniendo como paradigma la célebre escultura de madera de los «Tres monos sabios» —situada sobre los establos sagrados del santuario de Toshogu, en Nikko, al norte de Tokio— con el objetivo de oponer la insuficiencia de conocimiento de incontables mujeres y hombres que no quieren ver ni escuchar pero, eso sí, exteriorizando sus perturbaciones con bruscos gestos, penuria de recursos mentales y hasta con violencia para intentar soterrar su penoso «Talón de Aquiles».

Tal decadencia individual no pasaría de ser tan solo una asiduidad explícita si no involucrara al mismo tiempo la abrumadora descomposición ética y moral de la humanidad, ya que tan perturbadora suma de conductas negligentes hacia un sinnúmero de conflictos bélicos y armados; catástrofes medioambientales; violencia física, emocional y de género; clasismo y racismo; cohecho y corrupción; feminicidios y trata de personas; desigualdad socioeconómica; inmigración y desplazamientos forzosos; pedofilia y pederastia; pobreza y hambruna; decrecimiento de las virtudes connaturales, ciberacoso… crean un inquietante escenario, en donde las teorías de la Agnotología (Sociología de la Ignorancia) y la sociológica, concuerdan en que el reconocimiento del desconocimiento —tanto por el conjunto de las ciencias físicas como de las sociales establecidas en la razón epistemológica de las sociedades— son la cognición determinada por las incertidumbres culturalmente inducidas en cada región del mundo.

Al parecer, la propensión —de buena parte de la población mundial— es anteponer aquello que les demande el menor esfuerzo (mental y/o físico), lo cual les genera una inclinación de hábitos con axiomáticas demostraciones de pereza cerebral y de una mala conexión íntima, en donde su voz interna que les dice «debería hacer» contiende contra la que les dice «¡ay, qué flojera!» y en medio está su incapacidad de reconocer la realidad circundante, tanteando al grado de no acertar con buen juicio al llevar las riendas de su vida. En tal circunstancia, lo más desdichado que les puede suceder es que sus familiares y la gente con quienes se rodean no les induzcan a cultivar virtudes, lo que los arrastra por la pendiente del vilipendio, al grado de perder de vista un aspecto vital como lo es el respeto de sí mismo; paralelamente, la mala educación implica el riesgo de entablar corrosivas relaciones sociales. Esta manera de proceder no impide el que sea posible lograr, proporcionado funcionar, obviamente, ese lóbrego operar hay que detenerlo en pro de un conspicuo y generoso porvenir —en bien individual y común— como imprescindible responsabilidad a favor de una sana convivencia que, a la par, frene la estupidez y, principalmente, no permita ningún tipo de violencia.

En ese sentido, el filósofo del derecho (político y ético) Dr. Ernesto Garzón Valdés, diferenció ocho clases de ignorancia: La excusante, presuntuosa, culpable, así como la racional, docta, conjetural, inevitable y hasta la deseada. De ellas, las tres primeras las desestima, por lo que habrán de evadirse en tanto que las demás deben ser admitidas porque son imponderables y «justifican» la desfavorable condición humana, teniendo en cuenta lo medular de la subsistencia. Aquí, la que llama poderosamente la atención es «la deseada» ya que este tipo de ignorancia es la que genera mayores desconciertos e ignominia, por consiguiente, sufrimiento y vergüenza, perpetuándose e impidiendo la claridad del discernimiento y armonía con otras personas.

El doctor Garzón Valdés escribió lo siguiente: «La ignorancia deseada podría ser entendida como una forma laudable del autoengaño. Hay cosas que preferimos no dilucidar, precisamente porque así lo exige aquello que Peter Strawson ha llamado nuestro ‘makeup psicológico’. Un caso paradigmático es el de las cuestiones vinculadas con la aceptación del determinismo. La idea central de Strawson está vinculada con la distinción entre lo que llama actitudes participativas y actitudes objetivas. Las primeras son reacciones humanas esencialmente naturales frente a la buena o mala voluntad y la indiferencia de los demás con respecto a nosotros, manifestada en sus actitudes o acciones. En nuestras relaciones con los demás no podemos dejar de sentirnos complacidos cuando alguien es cordial y amable o de sentir agradecimiento cuando se nos ha hecho un favor o de reprochar los comportamientos que nos parecen criticables de acuerdo con nuestras pautas de conducta. Quien pretendiese actuar en todo momento de acuerdo con la tesis del determinismo, tendría que poder dejar de lado sus actitudes participativas y guiarse en sus relaciones con los demás por pautas de distanciamiento objetivo». Por lo tanto, deliberar sobre el interés hacia el conocimiento implica dilucidar el placer de la epistemofilia, sin dejar de lado el que alguien prefiera no saber. Lo que nos permite cavilar sobre la reevaluación del conocimiento, con particular atención al desapego de cuantiosas personas hacia la erudición y su peculiar paroxismo por la ignorancia. De esta manera, el impulso biotecnológico de la genética, la neurociencia y el Big data han transformado el modo en que razonamos lo que puede conocerse. En esa dirección, la comunicación de masas trae aparejado el aumento de desasosiego y desconocimiento en importantes sectores o grupos sociales en todo el mundo —principalmente, aquellos que debido al menosprecio generalizado o su condición de edad, sexo, estado civil, género, origen étnico, los prejuicios erigidos en torno a ellos o por una situación histórica de opresión e injusticia— se ven afectados sistemáticamente en el disfrute y ejercicio de sus derechos fundamentales, lo que se agrava por la expansión de noticias falsas y los perjudiciales ejemplos de comportamiento implantados en mordaces series, mediocres programas de concursos y los mal llamados reality shows, por lo que es fácil determinar la mala intención de las manipuladoras oligarquías en su afán por controlar todo.

Por consiguiente, lo peor de no saber es hacer gala de «ignorancia supina», de ahí que en bien de elevar la calidad humana, tenemos que observar que los declives socioculturales se presentan plagados de inducidas fallas mentales. La civilización o, mejor dicho, el oscurantismo de grupos elitistas que manifiestan gustos y preferencias que se apartan de los del común, la adopción de ideas o actitudes conservadoras retrógradas, la práctica deliberada por evitar que determinados hechos y conocimientos sean divulgados, así como la oposición sistemática a la difusión del saber, han hecho más que estragos al instaurar tensiones provocadas por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos graves, lo que permite percatarnos cómo nuestras facultades mentales y las maneras de sentir, aprender y convivir se han intrincando en la medida que avanza la violencia, la inseguridad, el deterioro del planeta, el clasismo, la inequidad, la mala intención, el individualismo, el racismo, el irracional consumo materialista, el desperdicio de alimentos, la trata de personas… que en conjunto encumbran directa o indirectamente algo tan torcido como la estupidez.

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