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Los ruines "bots" de las hegemonías sólo los aprueba gente fatua




Texto e imagen de Fernando Silva


Así como existen las leyes internacionales antimonopolios que impulsan la competencia justa, previenen e imposibilitan los acuerdos vinculantes, las prácticas de negocios que perjudican a pequeños y medianos comerciantes, así como a los consumidores finales…, debería haber más preceptos legales dictados por la legítima y competente autoridad, en consonancia con la justicia que brinda categóricos fundamentos para hacer efectivo el que nadie pueda poseer cualquier tipo de recurso económico y/o material mediante el cohecho, la corrupción, el influyentismo, la extorsión, la amenazante violencia... Sin embargo, tales normas y principios jurídicos no se ponen del todo en práctica ya que están en función de la cultura, tradiciones, usos y costumbres en cada sociedad, por consiguiente, un indignante porcentaje de gobernantes, políticos, magistrados, legisladores y jueces se justifican —y se benefician— mediante esas grietas que atañen al derecho, más no a lo justo, disponiendo «con razones convincentes» en favor de quienes les garanticen pérfidas avenencias. En esa oferta y demanda legal-empresarial capitalista, la política y lo público tienen un sinnúmero de interpretaciones y diligencias según el modo de mirar las cosas del gobierno y los negocios del Estado, además de contar con la cómplice indiferencia de buena parte de los ciudadanos que, cuando se requiere su intervención en los asuntos públicos con sensata opinión, razonado voto y acciones en pro del bien común, asumen que no es asunto de ellos porque desconocen que todo se suscribe en cuanto al sentido de pertenencia e identidad social hacia la conciencia, la seguridad, el respeto, el resguardo, la tolerancia, la empatía, la fraternidad, la equidad… por una vida digna, afectiva, virtuosa y en paz.

Es decir, el bien general se establece como elemento vital de la convivencia en sociedad, pues es uno de los cardinales motivos por los cuales nos reunimos y coexistimos brindando soluciones de supervivencia pero, más importante, referente a una vida ética-moral en base a principios humanistas. De este modo, entendamos que el sentido profundo de cultura-política —más allá de los diversos conceptos que se destinen— implica ineludiblemente al ser humano, incluyendo de modo esencial los fines acordes a nuestra naturaleza racional. Por ello, la política no es propiamente tal si no ordenamos y facilitamos los medios necesarios para lograr el bienestar de todo ser viviente, la conservación de los ecosistemas y la protección de nuestra Madre Tierra. Sobre el particular, hay un eje conductor que imposibilita tan generoso propósito a buena parte de la gente en el mundo, la ignorancia, y aún peor, la que es supina. Por ende, no comprenden que en lo jurídico y en lo social, para pervivir en Estado de Derecho es necesario saber, reflexionar y participar activamente pensando en ser ejemplo de calidad humana.

En ese sentido, la adquisición de conocimiento cuenta con una base —razón fundamental— que nos lleva a la divulgación de conjeturas y saberes filosóficos, ontológicos y científicos de una persona, comunidad o de un movimiento sociocultural que no atenta contra los derechos individuales y colectivos. En tan generoso escenario, las causas y sus espléndidos efectos, así como las ideas o normas que guían el justo pensamiento y la prudente conducta, nos permiten sensibilizarnos en beneficio del buen funcionamiento somático y psíquico, en donde es posible conocer e identificar tanto las necesidades como las expectativas en cada región del orbe. Por ello, es de suma importancia intervenir y buscar con responsabilidad información confiable, dejando de lado la mediocridad y mala intención que expanden oligarquías en sus medios de comunicación masiva, las noticias falsas que se propagan en las redes sociales y observando el proceder de infames servidores públicos con altos cargos que son embaucados por grupos hegemónicos que, con hipocresía, difunden diatribas encubiertas por el burdo celofán de la doble moral y los mentados bots, que no son otra cosa que cuentas, identidades y perfiles duplicados, piratas, sustitutos o falsos generados artificialmente y repartidos en la Internet. En concreto, son acciones de personas con alto conocimiento en informática y que son contratadas por empresas encubiertas en actividades «normales y legales» para realizar, en muchos casos, prácticas que violan la ley. Sobre el particular, el doctor en ciencias sociales Rubén Darío Vázquez Romero explicó: «Si uno asume posturas políticas o ideológicas sobre un tema, es muy probable que sea atacado y no necesariamente por personas, sino por bots programados específicamente para atacar cierto tipo de opiniones». Entonces, son programadores que operan en las redes sociales, esencialmente, con usos electorales que pueden ir desde el apoyo de una causa social, hasta el asedio de un candidato a un cargo de elección popular y/o a las pujanzas sociales opositoras a sistemas dictatoriales, ilegales y antidemocráticos.

Para estar en contexto y entender de mejor manera sobre esa deleznable intervención, nos apoyamos en el Diccionario de Ciencia Política y de la Administración, que explica lo siguiente: «…la división entre líderes y liderados, se constituye a través de una articulación de un control sostenido en la moral, la cultura y la ideología, entre los miembros que cuentan con elementos para ejercer ese control y aquellos que son desprovistos de ellos. En consecuencia, se ha establecido el poder hegemónico, mediante el control de las actuaciones de unos miembros sobre otros mediante la introducción de un patrón determinado de ideas y creencias que enfocan una manera de proceder directa o indirecta según lo que está bien y lo que está mal».

De ahí que la adjudicación social en la transmisión del conocimiento, es pertinente destacar cinco principios ético-morales-humanistas:

  1. El referente a la interpretación del entorno físico o de situación, en el cual es apremiante que se reconozcan problemáticas, carencias y esperanzas de la población.

  2. La juiciosa cohesión entre la educación, ciencia, cultura y sociedad, permutando valores, derechos, dogmas y usanzas comunitarias.

  3. El razonado diálogo circular —experiencias y saberes— entre ciudadanos.

  4. La confianza, el respeto, la empatía y la fraternidad.

  5. El pensamiento crítico en constante renovación y ecuanimidad.

En esa dirección de hacer conciencia en pro del bien común y con la magnánima intención de elevar nuestra calidad humana, es idóneo proveernos de prudencia que, como toda otra virtud, resulta apropiado acercarnos y/o convivir con gente que procede con templanza, moderación y cautela, pues tal potestad de obrar no la podemos comprobar de manera efectiva tan sólo leyendo libros de filosofía, antropología social, historia o psicología, sino observando el decente ejemplo de mujeres y hombres aptos para lo que es menester, que actúan conforme a razón, es decir, seres humanos que procuramos esta cualidad y la vivimos en afable y asertivo respeto a las ideas, así como teniendo consideración a los modos de actuar de nuestros semejantes.

Precisando, divulgar cuerdo conocimiento que ampara nuestros derechos y la armonía en la convivencia en cada sociedad, así como no difundiendo injerencistas y ruines bots financiados por perversas hegemonías, es una responsabilidad compartida en beneficio del desarrollo sociocultural en cada nación, promoviendo discernimiento comprometido en la deliberación, ese que permite la generación de redes aliadas y alianzas estratégicas que motivan la participación igualitaria, equitativa y a favor de los ideales humanistas, ya que los beneficios directos e indirectos dependen de esa dadivosa participación en aras de un bien mayor y no para engrosar la altivez, soberbia, avaricia y mala intención de los grupos oligárquicos.

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