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México en números rojos: la otra cara de la economía



En mi patria no viera sangre

correr por la ciudad y llanos…

Ni viera hombres malvados,

que sin temer de Dios el alto juicio,

de la ambición guiados y el deshonroso

vicio, despeñan mi nación al precipicio.


Poema México en crisis social

Ignacio Rodríguez Galván

(1816-1842)



Algunos lectores de Cultura Impar pidieron datos. Tienen razón: opinar es importante, pero sostener las ideas con cifras es imprescindible, sobre todo cuando se trata de cuestionar el rumbo económico de un país.

La narrativa oficial insiste en que México “va bien”, pero los indicadores más recientes cuentan otra historia.

Según el Banco Mundial, el crecimiento económico de México para 2024 será de apenas 1.8 por ciento, debajo del promedio regional (2.2 por ciento) y estancado frente a las expectativas de países como Brasil o Colombia. La economía mexicana se enfría, mientras los discursos se calientan.

En el primer trimestre, la inversión extranjera directa cayó 11.4 por ciento respecto al mismo periodo de 2023. A pesar del entusiasmo con el “nearshoring”, los capitales globales desconfían de un país que no brinda certidumbre jurídica ni energética. La insistencia del gobierno en sostener a Pemex como eje estratégico —con más de 105 mil millones de dólares en deuda y sin un plan serio de viabilidad— tampoco ayuda.

La inflación cerró marzo en 4.63 por ciento, lejos de la meta del Banco de México (3 por ciento) y con fuertes presiones en productos básicos. Aunque hay esfuerzos del banco central para contenerla, las decisiones fiscales del gobierno —subsidios desmedidos, gasto inercial y poco enfoque en inversión productiva— empujan en la dirección contraria.

Y hablando de gasto: el presupuesto federal incrementó el apoyo a programas sociales en 25 por ciento real desde 2019, mientras la inversión pública en infraestructura cayó 12 por ciento. Priorizar el presente inmediato por encima del futuro productivo tiene consecuencias.

En lo externo, las señales son igual de preocupantes. En marzo, la oficina del Representante Comercial de los Estados Unidos volvió a expresar “preocupación” por el cumplimiento mexicano del T-MEC, particularmente en energía y propiedad intelectual. Las fricciones con Canadá también persisten. Un país que genera dudas entre sus socios comerciales está en desventaja estructural.

Por si fuera poco, la deuda del gobierno federal, medida por los Requerimientos Financieros del Sector Público, supera el 48.9 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), el nivel más alto desde 1990. Aunque no estamos en zona de peligro, la tendencia es clara: más gasto sin mayor crecimiento.

Estos no son inventos de la oposición. Son datos del Banco de México, de la Secretaría de Hacienda, del Instituto Nacional de Estadística (INEGI), del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de organismos internacionales. Todos apuntan en la misma dirección: México entra en una etapa de fragilidad, agravada por la falta de planeación, la subordinación técnica a lo político y una peligrosa indiferencia frente a la realidad.

La presidenta Claudia Sheinbaum está a tiempo, pero el margen se acorta, porque en economía las consecuencias no se tuitean, se padecen. Gobernar con datos es más difícil que gobernar con discursos, pero también es más urgente, porque los números no votan, pero sí se vengan.

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