Por: Fernando Silva
La globalización monopolizada por las oligarquías ha precipitado una dinámica de relaciones comerciales, sociales y culturales en todo el mundo por efecto del control que ostentan sobre la economía y el desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación, cuya mayoría —en sometida obediencia— contribuyen a la adopción, absorción e incluso la imposición de productos, principalmente televisivos de bajos atributos y de noticias falsas que se universalizan al grado de ser referentes de conductas y valores, que notoriamente están lejos de elevar la calidad humana y sí de fomentar la estupidez. Por lo que una vez más, la educación desde los hogares como gestora de una sana sociedad, tiene un mayor grado de compromiso: Repensar la forma, el cómo y el para qué, pues con el devenir de etapas se ha viciado la significación e importancia de la solidaria colaboración y el bien hacer, obstaculizando la confianza, el respeto, el afecto, la conciencia, la dignidad, la empatía, la seguridad, la tolerancia, la bondad y todo aquello que debería representarnos como seres ingeniosos y sensatos.
Obviamente y desde una perspectiva histórica y antropológica, tal decadencia —como mecanismo de imposición por parte de quienes degradan su proceder por efecto de la soberbia e intolerancia— no sólo se presenta como un fenómeno clasista, racista, xenofóbico y autoritario con insanas prácticas educativas, sino principalmente con brutales sometimientos, violencia e inequidad para implementar su miserable afán de asegurar su crecimiento financiero, a la par de fiscalizar a los gobiernos a partir de la manipulación, el soborno y tiranizando la economía mundial en nombre de algo tan pernicioso como el mentado Nuevo Orden Mundial. Por esta y muchas otras razones, me he sumado desde hace décadas al compromiso de difundir y promover justas morfologías con la intención de culturizarnos en bien común, así como rescatarnos, redescubrirnos y potenciar nuestra condición de seres humanos sobre la base de la decente educación y la ética formación profesional para orientarnos hacia el cumplimiento de cánones morales que admitan el bienestar de mujeres y hombres sin distingos de etnias, clases sociales, edad ni género; en concreto, poner en marcha un motor de cambios que genere progreso y no necesidades.
Ante la trascendental e imperiosa determinación colectiva en pro del bienestar de la humanidad y de los ecosistemas, la responsabilidad que se presenta a las instituciones de formación superior que tienen entre su propuesta académica el conjunto de las bellas artes, o al menos alguna de ellas, nos permite distinguir que esa labor no sólo se sustenta en la experiencia del académico —entendida como la estructura exegética que orienta el conocimiento y la significación de los estudiantes, proporcionando sentido o no a su posterior proceder profesional— sino, además, a una explicación y sobre interpretación de la misma que, en algunos casos, puede conducir al descuido o a una aplicación que no procede en tratamiento de las actuales técnicas de expresión creativa, por la simple razón de que demasiados profesores no ejercen, lo que puede convertir a los egresados en cándidos teóricos y no a ser autores.
Por lo que para lograr que la orientación sea integral y que parta no sólo de considerar cómo mejorar lo estudiado-experimentado y viceversa, sino de lo adyacente a los paradigmas y a la relación de elementos que comparten un mismo contexto fonológico, morfológico y sintáctico en desempeño de sus propiedades comunicativas —en función de una memoria prevista que se presenta ante la consumación de las aptitudes, así como ante el excesivo discurso hipotético, la frenética e inapropiada «especialización» por hacer de todo y terminar por no hacer nada—. En consecuencia, la falta de integridad profesional por parte de quienes se asumen dirigir el conocimiento —en las humanísticas facultades de expresión artística— sin producir piezas que permitan reconocer sus conocimientos y capacidades, remiten al mercado laboral a los graduados sin aportarles aptitudes y habilidades específicas dentro de las cuales se encuentran las bellas artes: capacidad creativa; dominio de las técnicas; vocación; habilidad y destreza psicomotriz; apreciación estética; intuición; destreza perceptual; sensibilidad; disposición por la lectura y la investigación; pensamiento abstracto; potencial de adaptación; buen uso del lenguaje y ortografía; pericia lingüística: cavilar y expresarse a través de la palabra oral y escrita, así como del lenguaje corporal y el que usa la imagen, el signo y los esquemas; inteligencia; desarrollo del conocimiento intrapersonal; capacidad de reacción para la identificación de problemas y soluciones; motivación e inspiración; cualidad constante por aprender y descubrir; determinación y espontaneidad; observar, pensar y crear; libertad de pensamiento, cultura general, razonamiento, entendimiento, honestidad autoral; aptitud negociadora y administrativa…
Tener presente que en los años 2020 y 2021, durante la intensa fase de la COVID-19, aproximadamente el ochenta por ciento de la humanidad estábamos confinados en nuestros hogares y no se podía ir al cine, al teatro, a conciertos, exposiciones… por lo que los autores, centros culturales, museos, salas de danza, teatro y cine decidimos trasladar nuestras piezas hasta las pantallas de dispositivos digitales, en una revaloración del trabajo creativo y artístico. Asimismo, algunas bibliotecas y editoriales liberaron libros para que los leyéramos, y así un sinnúmero de actividades se pudieron disfrutar de forma gratuita. Lo que esta liberalización salvaguardó nuestra salud física, mental y emocional. En consecuencia, y más allá de la incertidumbre, mirar una película, obra de teatro, disfrutar de un concierto, o voluntarias experiencias, por ejemplo, el que se filmara gente bailando en su casa, recomendando una receta de comida o tocando música, fueron generosos oasis de tranquilad mental.
Decididamente retomo estos aspectos porque observo que, en lo cotidiano, las expresiones estéticas están subvaloradas, tanto en los hogares, por los gobiernos, en las instituciones de formación y por parte del grueso de la gente, ya que quizás piensan que quienes vivimos haciendo obras y brindando un desprendido abanico de manifestaciones creativas-lúdicas que fortalecen y brindan belleza, lo hacemos por divertimento, sin saber que es nuestro sustento y, por ende, que es lo que nos permite tener lo necesario para sacar la vida con la mayor dignidad posible. Asimismo, es desconsolador que no se considere la trascendencia y el costo-beneficio que representan las bellas artes, tanto en lo individual como en lo social. Entonces, si como autor respeto y consumo los servicios de otros profesionales, a la vez que adquiero bienes materiales ¿por qué la gente deja de adquirir —de manera legal— piezas con valor artístico? ¿Por qué, si los menores de edad son estimulados para experimentar ballet, danza, dibujo, pintura, música… y cuando de adolescentes deciden estudiar la carrera en artes, son cuestionados y hasta advertidos de que «de eso no se vive bien», sin saber que se puede vivir decorosamente? Quizás sea importante que se acerquen con autores y creadores de su comunidad, parentela o sociedad, para que observen y conozcan los conocimientos y valores de que disponen. De ahí que la práctica de cualquiera de las bellas artes son actividades sociales que, por sí mismas, despliegan sus potencialidades a la cultura cuando la sociedad es capaz de integrarla. En mi caso, además, se trata de cómo se propagan los beneficios: El fortalecimiento de la autoestima y la confianza; la reducción del estrés y la ansiedad; el potenciamiento de la memoria y el mejoramiento de la concentración; la capacidad de sanar las angustias a modo de terapia humanista; las expresiones visuales, especialmente las artes plásticas y la música, pueden ser practicadas desde temprana edad; en la salud mental, mejora la percepción en sus distintas facetas, particularmente en el plano sensible y de discernimiento.
Para incrementar el placer de vivir es vital el consumo de las bellas artes, por lo que necesitamos fomentar la adquisición de piezas como experiencia singular asociada a la vida, en una ruta incluyente, diversa, de autoconocimiento y de sanos valores sociales. En el mismo sentido, la creatividad de los autores desempeña un papel fundamental en la tarea de enfrentar —de manera apropiada— a un mundo en constante cambio, pero con alto índice de violencia y atiborrado de arbitrariedades. En ese sentido, las bellas artes son parte de la conciencia social y de superación humana, constituyéndose en uno de los procedimientos más trascendentales del proceso de aprehensión estética de la humanidad.
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