Texto e imagen de Fernando Silva
Resulta paradójico e inquietante que en el primer cuarto del siglo XXI se reiteren y se perturbe a la mayoría de la humanidad con las malas intenciones de grupos ideológicos supremacistas y antagónicos segregacionistas; propensiones fanáticas y obstinadas respecto a doctrinas radicales, conservadoras y de extrema derecha; la ignara anuencia de sumisos y adiestrados ciudadanos respecto a modelos sociopolíticos neoliberales que tan sólo satisfacen los intereses de cúpulas económicas y elitistas; la vil proliferación de conflictos bélicos en naciones vulnerables para arrebatarles sus recursos naturales y/o «limpieza» étnica; la proliferación de la violencia para infundir miedo, satisfacer la avaricia y el ultraje sexual; alto porcentaje de la gente en el mundo que tiene en el cohecho y la corrupción el medio para solventar su economía sin evidenciar el menor atisbo de vergüenza; la intensificación del odio, racismo, clasismo y aporofobia en función de la discriminación y la persecución por raza, tono de piel, costumbres, nacionalidad o posición relativa dentro de su comunidad; la ignorancia, y peor aún la supina, que tienen como base discursiva un sinnúmero de personas y que en su falta de juicio se atreven a decir sandeces sin ton ni son…
En esa dirección del entendimiento, también hay que deliberar en si la propensión del ánimo a pensar u obrar mal es inherente a nuestra existencia o si ésta nace como consecuencia de nuestra relación con la sociedad desde una perspectiva filosófica y antropológica, lo que nos lleva a darnos un tiempo para analizar profundamente la idea de que si prescindimos o eliminamos tal proceder no resulte en un despropósito. En este entendido, hay que tener presente la escala de la maldad atendiendo diversos factores: los neurológicos, los genéticos y los circunstanciales, con el razonado objetivo de contar con la mayor precisión de discernimiento para comprender por qué podemos ser capaces de cometer algo tan simple como mentir y hasta ejecutar el que quizás sea el mayor acto de atrocidad: asesinar a un semejante. Por consiguiente, para conocer de primera mano sobre la maldad ¿es suficiente con dar lectura a los libros de historia e investigaciones antropológicas y psicológicas? O, simplemente, hacer una introspección con el sano objetivo de reconocer las acciones desacertadas cometidas en diversos momentos y, en consecuencia, disculparnos al margen de enmendar pensamientos y actuar en pro del bienestar individual y colectivo.
Por lo tanto, es prudente analizar y entender el problema del mal —con sus aristas y parámetros—, desde lo amplio y lo estricto (lo trivial y el que lucha contra el «enemigo») empezando por observar si ese «antagonista» no sea uno mismo, así como qué tan acostumbrados o conscientes estamos al usar el concepto o el término en la práctica en su relación de afinidad o semejanza con significados y argumentos; es decir, lo aplicamos a un sinfín de hechos o circunstancias, tanto en una catástrofe natural, en un acto malvado provocado por una persona, grupo social, gobierno o nación, así como en algo tan insubstancial como lo es un evento deportivo. Por ello, es imprescindible informarnos, reflexionar e intercambiar opiniones en sensato diálogo circular para entender de mejor manera las condiciones y características que pueden llevar a una mujer u hombre (de manera individual o en complicidad) a realizar actos malvados, sádicos y depravados que, en muchos casos son por estupidez y, otros, por efecto de trastornos mentales. En este entendido, el psiquiatra José Luis Carrasco de la Universidad Complutense, aseguró que la mayor parte de estas enfermedades se superan con tratamiento, como el resto de los padecimientos.
Por consiguiente, al hacer conciencia entre el bien y el mal —respetando la cultura de cada sociedad— no podemos discernir al primero sin razonar juiciosamente sobre el segundo. De ahí que, en la rehabilitación psiquiátrica, la Terapia Moral es trascendental, ya que entre sus técnicas se busca que la persona afectada recupere el control racional de su conducta a través de la participación en diversas actividades lúdicas —emocionales y sensitivas—, consistentes en realizar acciones humanitarias productivas para potenciar sus capacidades cognitivas (sociales-funcionales) en un entorno estructurado, así como en la relación establecida con su doctor, además de la integración de normas jurídicas que establezcan el derecho de los enfermos mentales en la convalecencia a saludable rehabilitación en los hospitales y posteriormente en el hogar con la participación activa de especialistas, familiares, parientes o amistades en bien de su sana reintegración social y, sobre todo, para que se desenvuelvan en un entorno seguro que les permita alcanzar una mejor calidad humana y de vida.
Por ello, es fundamental concertar ese confiable conocimiento que nos permite a todos colaborar en bien común haciendo consciencia, entendidos de que nadie se escapa de cometer torpezas, pero con inteligencia, atención y circunspección evitando siempre la mala intención. Por ello, es prioritario fortalecer la voluntad para cultivar saberes que garanticen generosos elementos de juicio, mismos que nos faculten para aplicar principios humanistas en las normas y los estilos de vida que rigen la sana y justa conducta en lo personal y en lo general, con las cuales nos guiamos en ponderable dignidad, empatía, fraternidad, confianza, equidad, bondad, gratitud, responsabilidad, perseverancia…
Naturalmente, los patrones de comportamiento no son los mismos para todos, puesto que en cada grupo social son suscritos —sin estar escritos— distintos modos de proceder. En concreto, lo que es bueno para unos, no necesariamente lo es para otros. Por ejemplo, hay quienes actúan en función de su fe y conforme a sus leyes dogmáticas religiosas que les indican el camino a seguir, o quien obedece a intereses oligárquicos, calculando —ilusa y deshonrosamente— que algún día será parte de ese conjunto de gente hez que tiene influencia en un determinado sector social, económico y político no por méritos de estima y respeto a su dignidad, sino por su enfermizo y patológico afán de poseer y adquirir riquezas, obteniéndolas de manera fácil y con un fingido sentimiento de superioridad.
Analizando los valores y derechos universales desde un punto de vista crítico, podemos profundizar —a partir de las experiencias y el estudio de las mismas— sobre nuestras reacciones, situaciones y comportamientos como parte del modelo científico aplicado a nuestra vida diaria, con el sensato objetivo de analizar, describir y explicarnos esos procesos mentales que posteriormente llevamos a la práctica y, de esta manera evitar reproducirlos, así como no ser estúpidos cómplices de brutalidades y todo tipo de violencia y, con ello, elevar la dignidad y los derechos universales apoyados en los principios humanistas que amparan el bien general y la conservación ecológica de nuestro único y vital hogar, el planeta Tierra.
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