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Ponderar las necesidades sociales en base al humanismo  



Texto e imagen de Fernando Silva


Una excepcionalidad en el propósito del lenguaje estético-creativo de la mayoría de quienes producimos piezas con elementos estilísticos y temáticos —desde la rama de las humanidades— es la magnánima voluntad y dispuesto carácter al observar y analizar las cuestiones y/o circunstancias que se pretenden atender, por lo que en ese compromiso disponemos nuestra capacidad de entender y comprender de manera inherente al modo en que combinamos y formamos ideas basadas en juicios, tanto de realidad como de valor, así como del sublime desarrollo intelectual en función de leer diversos géneros literarios, visitar museos, disfrutar en directo espectáculos de danza, teatro o música y, mejor aún, de crear en libertad, lo que motiva mejores y sensatas deliberaciones sobre el estilo y modo de expresión de cada autor, lo que trasciende la perceptibilidad al grado de goce supremo; esto regularmente permite fascinar a la gente, provocando en su ánimo o mente —consciente o inconsciente— afectos, opiniones, designios… con alto grado de beneplácito. Teniendo en cuenta estas peculiaridades, es fácil discernir cómo las bellas artes son de suma importancia para elevar —desde los hogares— los procesos de cognición en pro de la constitución de seres humanos que piensen y actúen en pro del bienestar de todo ser viviente.

En este entendido, quienes conformamos a tan atrayente comunidad estamos convencidos de que el lenguaje que inspira belleza es el mejor medio de comunicación perceptivo humanístico y que va acompañado de cierta conmoción somática, lo que permite articular el estado afectivo del ánimo e interés, generalmente expectante, con que el público participa y, con ello, propugnamos en respeto, armonía, equidad, bondad, tolerancia y fraternidad ese espléndido diálogo —directo y profundo— que de manera paralela logra que se remonten las barreras de idioma, lengua, dialecto y hasta de jerigonzas. Por consiguiente, si al lenguaje natural, artificial y no verbal se le ha definido como el conjunto de manifestaciones simbólicas, un sistema organizado de signos o un producto didáctico que proporciona un código para la traducción del pensamiento, entonces es la virtuosa cultura la que por un lado contribuye a la sanidad social y, por otro, permite que generosamente se establezca; además, cobijados por la sindéresis podemos transmitir las ideas fundamentales, los derechos y valores universales, las tradiciones y las costumbres que caracterizan el pensamiento de mujeres y hombres de bien, así como disfrutar del acervo histórico material y natural tangible e intangible en cada pueblo o nación.

Sobre el particular, en el libro «Carta sobre el Humanismo» del filósofo existencialista, ensayista y poeta Martin Heidegger, se reproduce el texto que le dirigió, en 1946, al filósofo y germanista Jean Beaufret, que estaba altamente influido por el pensamiento de Heidegger y en el que le dice: «Estamos muy lejos de pensar la esencia del actuar de modo suficientemente decisivo. Sólo se conoce el actuar como la producción de un efecto, cuya realidad se estima en función de su utilidad. Pero la esencia del actuar es el llevar a cabo. Llevar a cabo significa desplegar algo en la plenitud de su esencia, guiar hacia ella, produjere. Por eso, en realidad sólo se puede llevar a cabo lo que ya es. Ahora bien, lo que ante todo ‘es’ es el ser. El pensar lleva a cabo la relación del ser con la esencia del hombre. No hace ni produce esta relación. El pensar se limita a ofrecérsela al ser como aquello que a él mismo le ha sido dado por el ser. Este ofrecer consiste en que en el pensar el ser llega al lenguaje. El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada. Su guarda consiste en llevar a cabo la manifestación del ser, en la medida en que, mediante su decir, ellos la llevan al lenguaje y allí la custodian. El pensar no se convierte en acción porque salga de él un efecto o porque pueda ser utilizado. El pensar sólo actúa en la medida en que piensa. Este actuar es, seguramente, el más simple, pero también el más elevado, porque atañe a la relación del ser con el hombre. Pero todo obrar reside en el ser y se orienta a lo ente. Por contra, el pensar se deja reclamar por el ser para decir la verdad del ser».

Por consiguiente, tenemos en sensato compromiso ubicarnos como seres inteligentes, autónomos y libres, obviamente sin pecar de inocencia y sabedores de que hay en exceso mortales estúpidos, por lo que en el campo del conocimiento, es vital cultivar nuestras capacidades de crear, innovar y cumplir con legítimos objetivos —personales y colectivos— a partir de una digna y sana educación desde los hogares, y en donde las instituciones formativas coloquen en sus planes de estudio las humanidades como materia de enseñanza, tanto en la educación básica como en la superior. En esa dirección, pensar en una instrucción humanista es discurrir en una formación no utilitarista-materialista, ni de rapaz aspiracionismo, ese que es posible observar con recelo en aquellas personas con una actitud en la que su existir se reduce a la avaricia, la altivez y, principalmente, a obtener posiciones ilegales de privilegio económico, político y social, en antagonismo al pensamiento de seres humanos activos, productivos y que encausamos buena parte de nuestra ideología a la democracia participativa, en donde todos estemos informados y seamos racionales, no sólo para elegir a los representantes en el gobierno, sino para cooperar conscientemente en la toma de decisiones que procuran el bienestar general, en función de una juiciosa cortesanía social, el desarrollo de una equitativa cultura política y de los necesarios debates públicos que abordan las diferentes opciones de dignidad con respeto y apego a los valores y derechos universales.

Desde una perspectiva teórico-social y con la intención de desarrollar un democracia de calidad, el concepto de ciudadanía, es clave para cavilar y definir la eficacia de nuestra sociabilización en bien común, en donde resulta pertinente destacar cinco dimensiones de calidad del sistema en el cual la soberanía reside en el pueblo: democracia y legitimidad, Estado de Derecho, representación política, capacidad efectiva del gobierno y sociedad civil. De ahí que la ambigüedad y polisemia del criterio de la sociedad civil es un concepto histórico, dinámico y cambiante, que está ligado a nociones del establecimiento de un orden basado en el razonable y precavido liberalismo, lo que implica un sistema representativo y a la participación de lo que procura en buen juicio, el justo desarrollo de los pueblos.

Por lo tanto, se busca generar interés masivo en un asunto de estabilidad social proporcionando elementos de buen discernimiento acerca de temas relacionados a la salud física y mental, la favorable educación en los hogares, la filántropa formación profesional, la recta razón o conocimiento práctico de lo que debemos hacer o decir en respeto y valoración hacia nuestros semejantes… a razón de que los convenientes de equilibrio sociocultural derivan de entendidos acerca de los desempeños legítimos en donde gobernantes y gobernados somos responsables. De ahí el ponderar las necesidades generales en base al humanismo y en concientización acerca de las expectativas y compromisos democráticos con el objetivo de mejorar la comprensión de la provisión de servicios en temas de seguridad, soberanía y de acciones que fomenten la justicia en todos los ámbitos personales, familiares y sociales. Por ende, el ser sensibles a lo bello, así como compasivos ante las desgracias de otras personas, sin lugar a dudas, mejoran la legitimidad de la provisión para elevar la calidad de vida de todos en nuestro espectacular planeta Tierra.

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