Por Déborah Buiza
@DeborahBuiza
Hace unas semanas, en el lugar donde trabajo tuvimos una actividad que implicó colocar una mesita, a pie de calle, para el registro de los asistentes y fue muy curioso un fenómeno que se repitió todos los días que estuvimos ahí, y que dio pie para la reflexión de te hoy.
La mesita no tenía letrero de “informes” o algo similar; sin embargo, al menos 20 personas se acercaron a preguntar infinidad de cosas, desde algo que quizás si tenía que ver con el edificio y las funciones que ahí se realizan, hasta direcciones de lugares lejanos a la ubicación donde nos encontrábamos.
Parecía que aquella mesita daba pie a que las personas se acercaran a preguntar y, por un momento, fantaseé: ¿qué pasaría si le pusiera un letrero que dijera “se resuelven dudas”?
¿Qué hacemos con las dudas que aparecen en nuestra cabeza y corazón?
Existen infinidad de dichos al respecto: “se ahogó en un mar de dudas”, “las dudas no me dejaron dormir”, “puedes dudar de todo, menos de tí mismo”, etc… ¿Las has escuchado?
No es tarea sencilla aprender a tener dudas razonables; a dudar de tal forma que nos permita crecer al investigar y ampliar nuestros horizontes; que nos permita cuestionarnos sobre nosotros, nuestros entornos y creencias; lo suficiente para avanzar; lo necesario para protegernos de aquellos que tengan malas intenciones.
No es fácil mantener a raya las dudas que, como bola de nieve en movimiento, crecen y, peor aún, se enredan y generan más dudas. No hay peor cosa que las dudas que te aplastan y carcomen hasta hacerte perder la confianza en tí y en tu percepción.
El fino equilibrio entre dudar y no dudar, entre sostenerse de lo que sabemos, de lo que ignoramos y de quien en ese momento somos, y el mantenerse lo suficientemente flexibles y disponibles para permitir el cambio, el nuevo conocimiento, el hábito o creencia más funcional.
¿Qué haces con tus dudas? ¿Dejas que crezcan tanto hasta que te paralizan, o son como un motor que te impulsa a buscar y a resolver? ¿Dejas que te atormenten, quiten la tranquilidad y te roben el sueño? ¿Las compartes con otras personas? ¿Buscas resolverlas inmediatamente o les das tiempo para que se asienten y puedas ver claramente?
Las dudas, con frecuencia, expresan algo más, independientemente del tema que traten; llaman la atención respecto a algo que pasa en nuestro interior, en los vínculos que quizá tenemos, en la manera como manejamos las cosas, en las necesidades internas que tenemos en ese momento… ¿Qué hay en el fondo de tus dudas?
Hay dudas que no son nuestras, sino “sembradas” por alguien más. Esas hay que revisarlas con cuidado, con lupa, con ayuda especializada, y extirparlas si es necesario.
Hay dudas que por el momento no tienen respuesta, y es necesario saber colocarlas en el “expediente de dudas sin resolver” y dejarlo en un lugar dónde no estorbe.
Al compartir las dudas también es necesario ser cuidadoso. No todas las personas son un buen espacio para ellas, e incluso hay quienes amplían tus dudas. Al preguntarnos más cosas crecemos, encontramos caminos, soluciones, luz o un poco de paz. Sin embargo, hay otras (de las que debemos alejarnos de preferencia) que por la forma en que te escuchan, cuestionan y presentan las cosas, nos hacen dudar más y hasta nos roban la tranquilidad.
Me parece que dudar es tan humano, sobre todo cuando tenemos opciones, y quizá por eso sea que se dice que “ante la duda no hay duda” y que “la duda es en sí misma una decisión”.
Y tú, ¿qué haces cuando te “asaltan” las dudas?
Commentaires