Texto e imagen de Fernando Silva
Esas evidentes nociones que se circunscriben al conocimiento de algo y que se llegan a admitir sin demostración, en la filosofía de las emociones se sustenta como que no tiene necesaria relación con los sentimientos y que se pueden ordenar a partir del contexto explicativo, evolutivo social, cognitivo y neurocientífico. Por lo consiguiente, el conocimiento especulativo considerado con independencia de toda aplicación suele disponer y clasificar —con la debida correspondencia— con metódicos estudios de las emociones desde el cúmulo de cualidades o circunstancias de cada persona o colectividad, distinguidas de las demás por el modo de ser u obrar de mujeres y hombres en relación con el bien o el mal, de la profesión, vocación u oficio, los hábitos socioculturales o hasta el proceder en función de la perspectiva de la ética y la moral. Es decir, las teorías sociales suelen coincidir en que las emociones son resultado de la diversidad ideológica-cultural en cada país con sus respectivas historias, atavismos, doctrinas, tradiciones, usos y costumbres, dogmas...
En ese sentido y desde el enfoque cognitivo, se procura una descripción del proceso de las emociones en términos de las heterogéneas fases del entendimiento, la inteligencia, la razón natural y los estados mentales. Y en lo que respecta al enfoque neurocientífico, se inquieren para explicar las alteraciones del ánimo —intensas y pasajeras, agradables o penosas— que van acompañadas de cierta conmoción somática, como secuelas de manifestaciones que se hacen presentes a la conciencia y que surgen como objeto de la percepción, así como de eficiencias físico-mentales detectadas en neuroimágenes y registradas en lecturas de impulsos eléctricos. En ese sentido, las emociones en armónica relación con las sensaciones nos brindan dadivosa capacidad en el actuar para ejecutar apropiadamente las reacciones conductuales con hedónica entereza e, incluso, tienen funciones motivacionales y de adaptación tanto individual como en lo colectivo. No obstante, ese expectante interés con que participamos en algo concertado y en donde el cerebro interpreta las sensaciones que recibe a través de los sentidos para formar una impresión inconsciente o consciente de un hecho, suelen estar guiados por tres principios fundamentales que rigen la evolución en las emociones: los hábitos útiles asociados, antítesis y la acción directa de nuestro sistema nervioso. Aquí es donde la inteligencia emocional media en favor de sosegar las emociones y sensaciones en función de observar, pensar, asimilar y orientar los actos reflejo de modo congruente y, con ello, comprender y motivar —en pro del bien común— a familiares, parientes, amistades y conocidos con el sensato objetivo de crecer como seres humanos dispuestos a convivir poniendo en práctica principios humanistas, valores universales, el Estado de Derecho, nuestro sentido de bondad y de lo justo, más allá de lo que suponen la justicia o las leyes, teniendo en cuenta que el cambio social en los Estados Unidos Mexicanos —elegido por millones de connacionales desde 2018— ha sido contundente no sólo en términos de la politización y seguridad social, sino en la consolidación del bienestar general, el afianzamiento del producto interno bruto, los sólidos tratados comerciales, el fortalecimiento de nuestra moneda, el respeto y reconocimiento internacional a nuestro país…
Por lo que la difusión y divulgación de tan constatados alcances nos permiten superar discordancias de todo tipo, así como fortificar la confianza, el respeto, la esperanza, la tranquilidad… lo que posibilita mejores acuerdos, colaboraciones e impulsa el crecimiento de un país libre, soberano y democrático. Por ello, entre más nos sumemos al sentido de integridad, honestidad y decencia, el bienestar y la armonía será mayor, habrá una mejor convivencia y será menor la propagación del cohecho, la corrupción, la violencia, las amenazas y, por ende, disminuirá la necesidad de perseguir delitos. Tal avance es significativo para la buena educación desde los hogares y los centros de formación básica y profesional, por consiguiente, para que amparen el óptimo proceso de aprendizaje y perfeccionamiento de habilidades, así como de actitudes que permitan la transformación continua y sincrónica en ventura de oriundos y forasteros, con el objetivo de participar en los entornos personales y sociales con dignidad y a tomar decisiones asertivas que aporten a elevar la calidad humana, ya que al percibir y comprobar mejoras, nos vamos adaptando a meritorios y próvidos modos de convivencia y, con ello, reflexionar con atención para formar razonables juicios, tener la intención de colaborar en el bienestar general, opinar con argumentos respaldados por conocimientos y/o experiencias positivas…
Sobre el particular, el licenciado en Derecho y Ciencias Sociales, Jorge Ernesto Chavarín Campos, escribió lo siguiente en su texto La inteligencia emocional para una mejor sociedad: «La importancia de la inteligencia emocional y las competencias emocionales es reconocida a nivel internacional por diversos organismos. Por ejemplo, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE, 2011) que afirma “los cambios ocurridos tanto en las empresas como en la economía están poniendo un creciente énfasis en los elementos de la Inteligencia Emocional”. Esto repercute en las exigencias a los egresados universitarios por parte del mercado laboral, que busca en ellos, además de los conocimientos académicos, un valor agregado en sus habilidades sociales y emocionales. Lo anterior abre un gran campo para la investigación sobre las capacidades emocionales de los jóvenes profesionistas, provocando el surgimiento de numerosos conceptos que han llegado a tomarse coloquialmente como sinónimos, sin considerar necesario aclarar sus diferencias. No obstante, los especialistas en el tema deben ser cuidadosos con las variables utilizadas dentro de sus escritos para evitar complicaciones e imprecisiones.
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La educación requiere nuevos modelos que enseñen y preparen para que las personas sean aptas para la vida en la sociedad.
La educación formal que brinda la escuela no debe estar centrada únicamente en lo académico, es decir, en los conocimientos técnicos, sino que también debería aportar habilidades para la vida, las que permitirán la óptima ejecución de esos conocimientos técnicos; teniendo en cuenta que hoy la escuela se ha transformado en un espacio de contención social para chicos en situación de vulnerabilidad.
Es indispensable que los educandos puedan conocerse mejor para autorregular sus emociones. Además se debe lograr que se sientan felices y competentes en sus relaciones, en su familia y en su aprendizaje.
Los espacios educativos deben brindarles herramientas para que sepan enfrentar situaciones conflictivas.
La educación emocional puede resolver las situaciones de violencia, acoso escolar, adicción y embarazos adolescentes; por ello es necesario tomar medidas en el ámbito educativo que darán sus frutos a mediano y largo plazo, pero que representarán un cambio trascendental para los individuos y la sociedad.
Es importante que como parte de los procesos de enseñanza aprendizaje se incluya el conocimiento y manejo de las emociones, lo que permitirá comprender cómo resolver conflictos sin violencia, el no recurrir a ningún tipo de drogas para solucionar problemas, el formar adultos capaces de vivir en un contexto social con más seguridad y respeto. De eso se trata la educación emocional».
Por lo anterior, es vital sublimar la conciencia emocional en bien social —desde la infancia— a partir del afecto, la comprensión, siendo conscientes de uno mismo y apegados a principios humanistas, fundamental para el autocontrol y la sana habilidad de coexistencia. En concreto, no ser simples espectadores, sino atender nuestros estados mentales para vivir con alegría, colaborar y hacer lo necesario en bienandanza de la población en su conjunto.
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