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Amor y paz en concordancia con salvaguardar a los ecosistemas



Por: Fernando Silva


Tan sólo tres transiciones que no son sangrientas ni belicosas y que no arriesgan la vida de nadie ni las libertades, pero que sí son profundas y pueden producirse simultáneamente en toda actividad consciente —esas que nos forjan en las áreas fundamentales de la existencia— y, principalmente, en torno a la salud (tanto física como mental) radican en:

a) Alimentarnos sanamente y hacer ejercicio de acuerdo a las condiciones individuales.

b) Ponderar y ser empáticos en pro del bien común.

c) Proceder como ejemplo de generosidad y sensatez bioética.

En este sentido, el benéfico desarrollo individual y colectivo se puede entender como la motivación de evolucionar cultivando saberes, observando nuestro proceder, aprendiendo de otras especies sobre el coexistir, haciendo reflexiones que permitan elevar la calidad humana, disponer la voluntad para actuar en concordancia con el bien hacer, siendo felices sin cometer actos mal intencionados, vivir en armonía con la Madre Tierra, respetarnos a nosotros mismos y, por ende, a todo ser viviente… ¡Fácil! Es tan natural como comprender que desde que nacemos necesitamos de casi todo lo que nos rodea para alcanzar las condiciones vitales para enfrentar la supervivencia, particularmente, si pensamos que prorrumpimos infinitamente frágiles y dependientes, por lo tanto, más débiles y expuestos que la mayoría de los mamíferos, lo que nos lleva a considerar que si sobrevivimos en esa primera etapa es porque estuvimos al cuidado de otros humanos.

Expuesto lo anterior ¿Por qué no abogar por los valores universales que nos permiten ser mejores personas y humanistas? Será porque esto implica la observancia de leyes y/o confronta el conjunto de normas de convivencia que —bajo los oscuros intereses de cúpulas oligárquicas— entran en conflicto produciéndonos trastornos y afliges. De esta manera y poniendo un ejemplo, las grandes cadenas multinacionales de comida rápida (basura) tienen un impacto directo en el problema de obesidad, pues con su publicidad incitan y ponen al alcance, particularmente de menores de edad, productos que contienen concentraciones elevadas de grasas, calorías, condimentos, colesterol, azúcares y sal, además de una gran cantidad de aditivos y conservadores nocivos y tóxicos. Obviamente, esto no es pensar en el bienestar de los demás ni ser ejemplo de responsabilidad ética. Aquí la complicidad ignara de los consumidores adultos es cardinal.

A este respecto, comparto tres opiniones:

La primera de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) «La alimentación inadecuada es un factor que contribuye de manera importante a la creciente prevalencia de la malnutrición en todas sus formas. Además, las dietas poco saludables y la malnutrición se encuentran entre los diez principales factores de riesgo que contribuyen a la carga mundial de morbilidad. A esto se suma que la forma en que producimos y consumimos los alimentos está afectando el medio ambiente y la base de recursos naturales. Un ejemplo de ello es que la producción de alimentos representa el uso del 48 por ciento de los recursos de la tierra y el 70 por ciento de los recursos de agua a nivel mundial».

La segunda de António Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), quien escribió en su informe anual: «En todo el mundo, la pobreza, la discriminación, la violencia y la exclusión están privando a millones de personas de su derecho a las cosas indispensables de la vida: salud, seguridad, vacunación contra las enfermedades, agua limpia para beber, un plato de comida o un lugar en las aulas. Cada vez más, la gente da la espalda a los valores de la confianza y la solidaridad mutuas, cuando precisamente los necesitamos para reconstruir nuestro mundo y garantizar un futuro mejor y más sostenible para las personas y el planeta. El bienestar y, de hecho, el mismísimo futuro de la humanidad dependen de la solidaridad y de que trabajemos codo a codo como una familia mundial en pos de objetivos comunes. Por el bien de las personas y el planeta, y en aras de la prosperidad y la paz».

Y la tercera que divido en dos partes:

a) El del Programa de Base de Estudios sobre Bioética de la UNESCO «El término acuñado en 1970 por el bioquímico Von Rensselaer Potter ‘Bioética’, fue considerado para llamar la atención sobre el hecho de que la ciencia había realizado avances muy rápidos sin prestar la atención necesaria a los valores. Durante un tiempo, el término hizo referencia al intento de vincular hechos científicos y valores en el ámbito medioambiental, pero hoy en día ha adquirido un significado más amplio e incluye la ética médica o, más en general, la ética asistencial».

b) Para el filósofo Aristóteles, en su libro Ética a Nicómaco «Toda acción humana se realiza en vistas a un fin, y el fin de la acción es el bien que se busca. El fin, por lo tanto, se identifica con el bien. Pero muchas de esas acciones emprendidas por el hombre son un ‘instrumento’ para conseguir, a su vez, otro fin, otro bien. Por ejemplo, nos alimentamos adecuadamente para gozar de salud, por lo que la correcta alimentación, que es un fin, es también un instrumento para conseguir otro fin: la salud».

Francamente, los seres humanos no tenemos la misma concepción sobre qué es una vida buena, la felicidad o la paz, en contraposición con peculiares mortales que la erigen a partir de: la indolente ignorancia; la mendaz reputación; el ilegal peculio; la falaz valoración laboral; vivir enajenadamente endeudados tan sólo para ser aceptados por agraviadores clasistas; la difusión de noticias falsas sin observar que representa inconvenientes para la convivencia y la democracia; la banalidad del mal; el dinero mal habido; ser favorecidos por la relación que mantienen con quien ocupa un cargo público; pagar por cariño; engullir comida basura; disfrutar de programas televisivos cuyos contenidos son zafios y/o de escasa calidad cultural, disfrutar del maltrato animal (peleas de perros, de gallos o la tauromaquia)... Ante tan amargo proceder, cabe hacer una pausa para analizar con criterio las causas y/o condiciones que pueden llevar a ejecutar actos permeados de ignorancia supina, maldad, sadismo y hasta perversión, sabiendo que es posible sobresalir de manera natural con filantropía y alta voluntad en pro de fortalecer los vínculos personales, familiares y sociales, comprensiblemente actuando con respeto y dignidad, así como con sólidos principios éticos-morales. Por consiguiente, es vital despojarnos de todo aquello que bloquea el que seamos mejores personas, poniendo un categórico alto a esas conductas que violentan y perjudican a los más vulnerables. Teniendo en cuenta esto, siempre habrá oportunidad de hacer cambios en bien de progresar en sociedad equitativamente, teniendo como referente que tal degradación generada al planeta Tierra y a su sistema ecológico —que sirven de base para la vida y el bienestar individual y colectivo— sufren una acelerada devastación, por lo que su futuro depende de una labor radical e inteligente para utilizar sosteniblemente la variedad de recursos a la par de proteger los reinos animal, vegetal, hongos (setas, mohos y levaduras), protoctistas (protozoos y algas) y de móneras (arqueas y bacterias).

Para ello, y con la generosa intención de fomentar el amor y la paz en concordancia con salvaguardar a los ecosistemas y la salud, podemos empezar procurando una alimentación equilibrada y sostenible. Tan sólo un dato que puede permitir la significativa transformación consciente, si viene de la variedad de frutos y plantas comestibles ¡consúmelos! De preferencia bajo la observación de un nutriólogo, pero si son manufacturados en una planta procesadora ¡evítalos! y, de preferencia ¡no los comas! También, comprender el estado emocional de nuestros familiares, amistades y compañeros de trabajo o vecinos, nos permite percibir la condición de la otra persona desde su perspectiva, lo cual implica ponerse en sus zapatos, sintiendo lo que está experimentando, sobre todo, cuando está pasando por un mal momento. Lo mismo con los animales y todo ser viviente. Por último, y quizás sea lo más importante, convertirnos en agentes de cambio, trasmitiendo con el ejemplo los valores bioéticos y de higiene mental que nos permitan vivir con prudencia, coherencia, avenencia y en fraternidad universal, cuidando la riqueza biológica de las especies animales, vegetales y de todas las que componen la inconmensurable unidad básica de la taxonomía, lo que representa un factor crucial del patrimonio connatural cuyos servicios ecosistémicos garantizan nuestra prosperidad y permanencia.

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